viernes, 21 de noviembre de 2014

El crítico (Hernán Guerschuny, 2014)

El desprecio 


El protagonista (interpretado por el notable actor Rafael Spregelburd) no es un buen crítico de cine, sino que representa a lo peor de su especie. Es uno de esos prestigiosos criticoides que, lejos de informar, analizar o plantear una opinión justificada, dictamina, despliega veredictos. Como toda caricatura, tiene mucho que ver con algunos ejemplares reales que pueden encontrarse de vez en cuando, pero durante su primera mitad esta película construye un personaje detestable, precisamente resaltando estas características del estereotipo del cinéfilo amargado; un tipo que se refugia en sus amados clásicos y desprecia a todas y cada una de las películas que le toca ver en las funciones privadas. El personaje cree ingenuamente que puede utilizar diálogos del cine de Jean-Luc Godard para ciertas situaciones de la vida real y, como no puede ser de otro modo, fracasa estrepitosamente en el intento. Para despuntar este perfil desagradable, utiliza un software que escribe por él, con frases ya hechas, intercambiables y utilizadas según la ocasión. 
De todas maneras y a pesar de lo que pueda pensarse, el libreto se las ingenia para generar empatía por un personaje que esconde amarguras recónditas, que se esfuerza por caer bien a pesar de él mismo y que descubre una chica que le corresponde (Dolores Fonzi) sin entender realmente qué es lo que ve en él. Una escena en que ambos están juntos en su apartamento y en la que él se mira en el espejo con una mueca, para después moverlo y poder verla solo a ella, describe sin necesidad de palabras a un personaje plenamente disconforme consigo mismo y su imagen. 
Pero quizá uno de los puntos más interesantes de esta película es que ya expone su propia crítica. Deja planteada, con mucha gracia, la forma más burda y obvia en la que suele criticarse a las comedias románticas, señalando todos los clichés y lugares comunes, los golpes bajos y la forma de manipular a la audiencia para lograr emociones y lágrimas fáciles. Y luego de eso, utiliza esos mismos clichés. Y lo más curioso es que lo hace bien, logrando los efectos buscados, de algún modo reivindicando los lugares comunes tan criticados. Por alguna razón existen los clichés, pareciera decir el director debutante Hernán Guerschuny (antes director de la revista Haciendo Cine) porque funcionan, porque tocan fibras inconscientes; porque la audiencia, a pesar de ya conocer sus mecanismos, su despliegue y su sucesión, sigue reaccionando ante ellos de la forma esperada. El "chico conoce chica" es la fórmula más vieja del mundo, pero la gente gusta de ver una y otra vez esta clase de historias y sus variaciones. 
Cerca del final se plantea una inteligente reflexión, de esas que nos llevamos a casa. Como en Melinda y Melinda de Woody Allen se propone una encrucijada sobre cómo deben ser los desenlaces en estos planteos románticos, un final triste o un final alegre determinarán si lo que estamos viendo es un drama o una comedia, y qué parte de la audiencia se verá decepcionada o conforme. La solución de Guerschuny, sin caer en lo uno ni en lo otro, es plantear uno de esos finales abiertos que quedan picando, de esos que otorgan al espectador la valiosa oportunidad de reflexionar al respecto, y completarlo a su manera.

Publicado en Brecha el 21/11/2014

viernes, 14 de noviembre de 2014

Interestelar (Interstellar, Christopher Nolan, 2014)

Verborragia y filosofía cósmica 

Quizá sea el comienzo de una moda, y dentro de cinco años estemos absolutamente hartos de la última película de ciencia ficción espacial aderezada con pretensiones alegóricas o filosóficas, con humanos abocados a emprendimientos heroicos en confines siderales. Seguramente Interestelar no existiría si antes no se hubiera hecho Gravedad, y es de suponer que no falte mucho para que surjan otros proyectos cinematográficos de este tenor, quizá manteniendo un buen nivel, quizá peores. El punto es que muchas veces lo que sorprende y parece novedoso al momento de su estreno (en el sitio IMDb esta película ya cuenta con un promedio de 9.1, situándose en el puesto número once de películas de todos los tiempos mejor votadas por los usuarios), con los años pierde su brillo aparente en contraste con el resto. 
Por esto, no convendría dejarse llevar por euforias masivas ni entusiasmos fanáticos, y observar qué méritos concretos puede tener. Al director Christopher Nolan (Memento, El origen, las nuevas Batman) hay que reconocerle unos cuantos atributos, y que haya sabido depurar su estilo acabando con buena parte de sus carencias. Su tendencia al montaje hiper-veloz y atropellado en varias de sus anteriores películas volvía confusa algunas de sus secuencias, pero aquí esta falencia parece resuelta, con una trama que además se da tiempo para presentar a los personajes, sus vínculos afectivos y sus inconvenientes circunstanciales. 
Los problemas surgen cuando empiezan el viaje al espacio y a sucederse los cambios de planes, que requieren largas y cansinas explicaciones por parte de los personajes. No contentándose con plantear reflexiones trascendentales sobre el amor, las paradojas temporales y los diversos grados de sacrificio humano, Christopher Nolan y su hermano Jonathan decidieron desplegar en el libreto una verborragia para fundamentar todos y cada uno de los giros que se suceden, algo que no es necesario si se confía realmente en las herramientas expresivas del medio; Kubrick en 2001: odisea del espacio lo comprobaba con un mutismo ejemplar. 
Los méritos emergen de a ratos: hay varias notables escenas de acción, como cuando el equipo debe escapar de una ola gigante en un planeta hostil o en la escena en que la nave debe acoplarse a una estación espacial que gira descontroladamente en el vacío, lanzando residuos en todas direcciones (y eso que Gravedad nos enseñó muy gráficamente que de estos fragmentos conviene huir despavorido). El vínculo padre-hija es el sustento emotivo de la película, y provee una tensión constante que pesa como un lastre considerable con cada traspié de la misión. Un error le cuesta a los astronautas 23 años de vida y el protagonista debe abrumarse en un instante con los videos que le grabaron sus hijos durante todo ese intervalo, en una escena brillante y sobrecogedora. 
Lo que contrasta brutalmente es lo dolorosamente honesta y verosímil que es Interestelar cuando habla de apocalipsis, de errores humanos, de engaños, egoísmos, traiciones, soledades y tristezas inconmensurables, y lo forzada y hasta delirante que se torna cuando plantea una visión idílica sobre la fuerza milagrosa del amor, salvatajes inconcebibles, interconexiones espacio-temporales cósmicas y revoluciones científicas y tecnológicas que superan todas las expectativas y toda frontera imaginable. Quizá el desenlace satisfaga a algunos espíritus optimistas, pero quienes somos más bien escépticos a que las grandes adversidades y calamidades de mundo se salvan con amor, fortaleza de espíritu y fórmulas mágicas, no podemos evitar salir del cine con el ceño fruncido. 

Publicado en Brecha el 14/11/2014

domingo, 9 de noviembre de 2014

El escarabajo de oro (Alejo Moguillansky, 2014)

Manga de boludos 


Es intrincado y quizá innecesario resumir aquí la trama de esta película. Pero podemos decir en resumen que se trata de cine-dentro-del-cine, o si se quiere, algo que va más allá, todo un ensayo meta-cinematográfico, desplegado por un grupo de creadores que hacen de sí mismos y plantean apuntes sobre la producción nacional argentina y las ayudas económicas foráneas, y ciertas formas de pensar la dependencia económica con el primer mundo, aplicada a lo cinematográfico. Todo esto, aunque resulte extrañísimo, basándose libremente en el cuento de Edgar Allan Poe "El escarabajo de oro" y, como dice en los créditos inicales, en "La isla del tesoro desde el punto de vista de los piratas", aunque los puntos en común entre esas obras y ésta sean más bien escasos. 
El equipo protagónico viene conformado por el director Alejo Moguillansky, Mariano Llinás, que aquí también se desempeñó como productor y coguionista, y los actores Rafael Spregelburd y Walter Jakob, y junto a este grupo y otros personajes se plantea un viaje (al estilo Historias extraordinarias) que también es un rodaje y una búsqueda de un tesoro. En los márgenes, los fantasmas de la escritora sueca feminista Victoria Benedictsson y de Leandro N. Alem, padre fundador de la Unión Cívica Radical, insinúan otras reflexiones sobre lo que ocurre en la trama. Entre tanta referencia, lectura posible y metanarración, también hay lugar para algunos guiños cinéfilos (un suicidio filmado homenajea al final de Mouchette, la obra maestra de Robert Bresson). Lo curioso es que una película tenga tanto contenido y que, sin embargo, sea tan profundamente fallida. Uno de los grandes problemas es que el ritmo se estanca: abundan las voces en off que se explayan demasiado sin decir mucho (es decir, que carecen de poder de síntesis) y se asienta cierta tendencia a poner el foco en los tiempos muertos del planteo, planteando diálogos circulares e inconducentes, que pueden recordar al Kiarostami más irritante. 
A lo Fargo, la trama se centra en una buena cantidad de personas que se cree inteligentísima y urde una artimaña para engañar a todo el mundo, para finalmente acabar haciendo un ridículo enorme. Como se ha señalado, si hay algo que no puede achacársele a los creadores es caer en el autobombo; los protagonistas –ellos mismos– están presentados como personas sumamente limitadas, algo resentidas, con argumentos pobres, que se concentran en actividades estériles (es paradigmática la escena junto al mar en la que Jakob intenta pegarle a una roca con piedras), ríendose de ocurrencias pelotudas y buscando joder a los demás sin darse cuenta de que ellos son los que están siendo utilizados. Pero lo que molesta a este cronista es que exista una jactancia de todo esto, una búsqueda de la complicidad y de la risa, precisamente a partir de esas limitaciones. Algo así como un Jackass en versión rioplantese-depresiva: si en Jackass hay un grupo de personas celebrando su propia imbecilidad y su capacidad para darse la cabeza contra un muro, aquí tenemos prácticamente lo mismo, un guiño al espectador a partir de la boludez radical de los personajes (y su capacidad de darse la cabeza contra un muro figurado). 
Lo cuestionable es que la empatía no se busque a través de la inteligencia de los personajes –o esos pequeños matices que a veces permiten inferirla– sino a través de sus limitaciones. Siendo los creadores representándose a sí mismos, y conociéndose sus capacidades, esta subestimación con la que se tratan parecería, además, un tanto deshonesta. 

Publicado en Brecha el 7/11/2014

viernes, 7 de noviembre de 2014

Por qué The Knick

El laboratorio humano 

Después de anunciar su retirada en 2013, el cineasta Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y video, Traffic, La gran estafa) retornó tras las cámaras con una adictiva serie para el canal Cinemax que parecería lo mejor que ha hecho hasta hoy. La acción se sitúa en los albores del Siglo XX, la ciudad de Nueva York recibe en sus puertos oleadas masivas de inmigrantes, dando lugar a una creciente reclusión en guetos, luchas de poder y mafias consolidadas. En este contexto, la acción se sitúa de lleno en los sombríos pasillos del ficticio hospital Knickerbocker, ubicado en las inmediaciones de un barrio marginal. Liderado por el brillante e innovador cirujano John W. Thackery (Clive Owen), el plantel médico hace frente diariamente a un ejercito de convalecientes, provenientes principalmente de los estratos sumergidos: inmigrantes violentados, obreros con hernias, indigentes infectados, madres que mueren durante el parto, niños lívidos, delincuentes baleados. Pero el Knickerbocker (alias "The Knick") es más que un hospital: es un espacio para la experimentación, un laboratorio donde tienen lugar algunas de las más grandes innovaciones médicas. Siempre en la vanguardia, Thackery utiliza cuanto descubrimiento técnico y científico tenga lugar para hacer frente a una alta tasa de mortalidad. 
Los consistentes personajes, una fotografía notable, una construcción coral y de época verosímil, música electrónica deliberadamente anacrónica y envolvente y grandes actuaciones vuelven al planteo irresisitible, en un registro que combina el drama histórico y social con algo de acción, como si se conjugaran la recreación violenta y sucia de Pandillas de Nueva York con la tensión hospitalaria propia de series como House o ER
Si bien la ambientación histórica resulta convincente, no son pocas las fallas que han señalado algunos detractores. Howard Markel, médico historiador de la Universidad de Michigan aseguró a The Wall Street Journal que situar la acción en el 1900 es una decisión astuta por parte de los autores, por haber sido un momento crucial en el que se sucedieron avances determinantes. Pero que muchas de las carencias de la medicina e hitos señalados son propios de décadas atrás, y que, considerando la increíble evolución de la disciplina en el período, "confundir la historia médica y quirúrgica en los años 1870, 1880, 1890 y 1900 es el equivalente médico-histórico a confundir la Edad Media de la América colonial con la guerra civil (estadounidense)". El personaje de Thackery está basado en el doctor William Stewart Halsted (1852-1922) quien, al igual que el protagonista, también fue adicto a la cocaína y a la morfina: era común que los médicos testearan en si mismos las sustancias a utilizar en los procedimientos quirúrgicos; la cocaína era de venta libre y se utilizaba como anestésico, y a fines del siglo XVIII no se consideraba una sustancia perjudicial o adictiva. Pero llegado el Novecientos ya se tenía una noción más acertada de sus efectos y, como señala Markel, los cirujanos procurarían distanciar su consumo de las intervenciones; según dice, "hay muy buena evidencia de que cuando Halsted estaba drogado o eufórico por la cocaína se alejaba de la mesa de operaciones". 
Por otra parte, otro personaje crucial de la serie, el Dr. Algernon Edwards, se inspira en Louis T. Wright (1891-1952), cirujano negro que cursó sus estudios en Harvard. El Wright verdadero habría tenido casi cuarenta años de diferencia con Halsted, y se convirtió en cirujano dos décadas después de la fecha presentada. No fue hasta 1920 que en Nueva York se contrató por primera vez a un médico negro, por lo que se presenta al hospital como una institución anacrónicamente progresista. Podrían continuarse señalando inexactitudes de este tenor, pero es también comprensible que estos detalles sean lo suficientemente graves para un historiador y no tanto para un espectador que busca simplemente una aproximación fílmica de lo que podría haber sido la medicina aplicada hace más de un siglo. Si bien no puede negarse que parte de los hechos históricos son manipulados para crear una tensión mayor (y tampoco faltan los televidentes indignados por cierta tendencia al gore y a la acumulación de golpes bajos) se propone un notable contraste de lo que fueron los métodos y la parafernalia utilizada con los que usamos en la actualidad. 
Pero uno de los puntos más interesantes en The Knick es ver a esos médicos, figuras de inmaculada investidura, cometiendo errores garrafales, cayendo –con la mejor voluntad del mundo– en torpezas inimaginables que hoy en día sabemos son nefastas para los pacientes. La perspectiva de ver esta labor con más de un siglo de distancia nos permite cierta jactancia, pero el ejercicio también conduce a una inevitable proyección futurista. Es muy probable que tratamiento agresivos como las quimioterapias, las radiaciones, ciertas extirpaciones y otros procedimientos que hoy vemos como algo estrictamente necesario, sean vistos dentro de cien años como aberraciones médicas, y no deben de ser pocos los errores en los que incurrimos hoy, pensándolos como ejercicios insuperables. A veces, la fe incondicional en la innovación científica y las tecnologías aplicadas viene acompañada de cegueras varias.

Publicado en Brecha el 7/11/2014

lunes, 3 de noviembre de 2014

7 cajas (Juan Carlos Maneglia, Tana Schembori, 2012)

Marginales y a los tiros 


Para algunos productores cinematográficos ya debe ser hasta deseable vivir en un país tercermundista y dar con algún submundo marginal donde campee la pobreza y la delincuencia, para poder así explotarlo en un thriller trepidante a lo Hollywood y poder venderlo no sólamente a festivales de todo el mundo, sino también a cadenas televisivas y cines comerciales. Es probable que todo haya empezado en las favelas y en Ciudad de Dios, aunque también esa película bebía en parte de los westerns mexicanos de Robert Rodríguez (El mariachi, La balada del pistolero) y de la sordidez de González Iñarritú (Amores perros), la fórmula funcionó tan bien que hasta el británico Danny Boyle se llevó un oscar con Slumdog Millionaire, enfocando esa vez la miseria en los suburbios de Agra, India. Hoy, las películas que surgen y que se ubican precisamente en entornos miserables, siempre con un registro tenso, con tiros, narcotraficantes, y delincuencia al por mayor son cada vez más, como si a los pobres les hiciera falta aún más estigmatización. Lo ideal es dar con una locación célebre en este sentido, un ambiente real ya de por sí sórdido (de Argentina podemos nombrar el mercado de La Salada, el edificio de Elefante blanco) y plantar allí las cámaras. Hasta Uruguay tiene un ejemplo local, Reus, aunque por contraste el planteo suene un tanto irrisorio y hasta oportunista. 
Aquí le tocó el turno al Mercado Municipal Nº 4 de Asunción, una gran feria ubicada entre casas descascaradas y techos de chapa. Como en varias de las películas nombradas, los protagonistas son niños; como en casi todas ellas el montaje es dinámico, se utilizan imponentes planos secuencias que recorren presurosos los intrincados y laberínticos senderos a través de los recovecos del barrio, y una estética clippera de montaje fragmentado, música electrónica y tomas radicales (con la cámara a ras del suelo o sobre los tejados). Así, la película está dotada de un ritmo vertiginoso y de tensas persecusiones, dignas del mejor cine de género. 
El protagonista, un niño feriante, obtiene casi por casualidad un encargo atípico: transportar en una carretilla siete cajas a cambio de la mitad rasgada de un billete de 100 dólares, mucho más dinero junto del que vio en su vida. La otra mitad le será entregada cuando devuelva la mercadería. Pero el muchacho se ve involucrado en un entuerto mayúsculo, ya que por el misterioso contenido de esos embalajes comenzarán a disputarse todo tipo de delincuentes, otros feriantes y hasta la policía. Esta película fue un éxito radical de taquilla en Paraguay, vendiendo más entradas que Titanic y abriendo caminos a la cinematografía paraguaya, de la que poco y nada conocíamos hasta el momento. Pero en definitiva, además de ser muy popular, es sumamente disfrutable y contiene mucha acción, toques de comedia, drama y un infaltable componente social por el cual se exponen condiciones de vida funestas y se les da voz, sentimientos y una densidad humana a niños y adultos trabajadores. Aunque a este cronista aún le quedan dudas acerca del impacto de esta clase de producciones respecto a las desigualdades y las brechas sociales existentes.

Publicado en Brecha el 31/10/2014