jueves, 20 de diciembre de 2012

Lo mejor del 2012

Cuando el cine se hace sentir

A diferencia del anterior, este año vino cargado. Por fuera de los estrenos del cine dominante y comercial, que suele llegarnos inmediatamente y sin demoras, las películas que por lo general valen más la pena suelen estrenarse con años de retraso, y por eso, el azar de la distribución puede llevar a combinaciones cualitativas inesperadas. Lo cierto es que este 2012 fue especialmente bueno en cuanto a carteleras, por lo que hacer un recuento significa hablar de una treintena de películas sobresalientes.
En su conjunto, las películas estrenadas en Cinemateca 18 se destacan como varias de las mejores del año, y hubo una seguidilla que no pudo haber sorprendido más: la argentina El estudiante es de las imprescindibles, y vale la pena verla al menos para saber de qué lado de la polémica situarse -en Brecha tiene tantos defensores como detractores- Tilva Ros, del serbio Nikola Lezaic es un brillante cuadro social de adolescentes autodestructivos, situados en un pueblo-agujero llamado Bor. La entrañable animación Arrugas es de las mejores aproximaciones a la enfermedad de alzheimer que se hayan filmado, y El molino y la cruz un imponente fresco sobre la infame ocupación española a la región de Flandes. Con Los amores imaginarios, el canadiense Xavier Dolan exploró con acierto un par de amores fous, Declaración de guerra es una sentida lucha de un par de padres contra el cáncer de su hijo, Mi padre Baryshnikov nos acercó a un adolescente moscovita durante la perestroika y con Poesía para el alma se llegó por fin a conocer al maestro surcoreano Lee Chang-dong, cuya obra era olímpicamente ignorada a nivel local.

Otro gran descubrimiento fue el del maestro iraní Asghar Farhadi, que se impuso como para compensar la ausencia del recluido Jafar Panahí, y su película La separación fue la votada como mejor del año según la encuesta de Cinemateca. Si seguimos hablando de cineastas de primer nivel, los hermanos Dardenne volvieron a brillar con la excelente El niño de la bicicleta, Aki Kaurismaki cautivó a muchos con El puerto, y Scorsese hizo lo propio con La invención de Hugo. De las cenizas resurgió el polaco Jerzy Skolimowski y entregó una impactante lucha por la supervivencia en un entorno hostil con Essential Killing. El turco Nuri Bilge Ceilán se impuso una vez más con la dramática Tres monos, y el muy maldito Gaspar Noé logró un despliegue lisérgico con Enter the void. Polanski y Woody Allen recuerdan que aún cuando son menores son divertidos, respectivamente con Un Dios salvaje y A Roma con amor.
El Río de la Plata mejor que nunca: Uruguay, después de un año anterior nefasto dio lo mejor de sí: Flacas Vacas, La demora, Tres, El ingeniero, El casamiento, El almanaque. Aunque desiguales, son todos títulos importantes y significativos para nuestro historial cinematográfico. Argentina, además de lucirse con El estudiante, se impuso también con Las acacias, Los salvajes y Cerro Bayo, demostrando seguir siendo uno de los países más sólidos cinematográficamente hablando. Hubo entretenimientos yankis: Pixar mantiene el nivel al que nos tiene acostumbrados con Valiente, Spielberg trajo su divertida visión de Las aventuras de Tintín; ParaNorman es terror inteligente y para niños y Brad Bird se confirma como uno de los más importantes cineastas de acción de la actualidad, con su Misión Imposible 4.
Y no se termina el listado aún: si se busca un cine más serio, El topo es un realmente atípico y sobresaliente ejercicio cinematográfico que pisa el género al mismo tiempo que escapa de él, Shame de Steve McQueen es una sorprendente aproximación a la vida de un adicto empedernido al sexo, y 360 de Fernando Meirelles uno de esos cuadros corales internacionales que ilustran parte de la vida moderna en las urbes. Este año no debería haber quejas, se pudo elegir, y las hubo para todos los gustos.

Publicado en Brecha el 21/12/2012  

viernes, 14 de diciembre de 2012

Sinister (Scott Derrickson, 2012)

Miedo de verdad

Digamos que a priori no hay nada muy original. Contamos con el viejo truco de la casa abandonada, en la cual fue asesinada una familia entera. A sabiendas y ocultándole el hecho a su propia familia, un escritor de best sellers de no muchas luces (Ethan Hawke) decide mudarse a esa misma casa, para estudiar el caso irresuelto. Apenas llega descubre una extraña caja en el ático: varias cintas caseras en súper 8 junto al mismo proyector, preparado y en buenas condiciones, como para facilitar un visionado inmediato. El horror surge: el escritor descubre con estupor que todas esas cintas son videos snuff, es decir, muestran asesinatos reales. En todos los casos, matanzas a familias enteras. Para evitar una mala experiencia por la que ya pasó, decide no avisar a la policía y comenzar su investigación por cuenta propia, obsesionándose con un caso terrible y dejando completamente relegados a su esposa y sus hijos, quienes prontamente empiezan a verse afectados por la mudanza, el ausentismo de su padre, los rumores locales en torno a los asesinatos y desapariciones precedentes. 
 El director Scott Derrickson, que había filmado la poco recordable El exorcismo de Emily Rose, esta vez logra lucirse. Desde Ringu -La llamada originaria y japonesa- que no se veían videos tan inquietantes: a la ambientación oscura se suma un formato borroso y fotogramas irregulares, por lo que cada uno de los fragmentos en súper 8 están provistos de un singular clima de pesadilla. Para perjuicio del espectador, la música turbia, críptica y experimental de Christopher Young es excelente, como si quisiera ser melodía pero sin llegar a serlo, confundiéndose con los efectos sonoros, alternando graves gravísimos con estridentes sonidos industriales. 
El terror es estrictamente psicológico, sí hay un poco de sangre, pero la violencia gore ocurre toda fuera de campo y los sustos dan miedo de verdad, debido en parte a la notable orquestación técnica. Desde el guión se utilizan mecanismos para acrecentar la intriga: hay pistas falsas desperdigadas, falsos sospechosos, falsas hipótesis que apenas son sugeridas. En determinado momento, no se sabe a ciencia cierta si el protagonista está loco –su abuso del alcohol puede reafirmar la sospecha del delirio-, si no existe un complot entre los pueblerinos y la policía para arruinarlo, si hay o no actividad paranormal, o si el asesino serial es tan inteligente y ruin como para mortificarlo a tal punto, y estas incógnitas se mantienen hasta avanzados tres cuartos del metraje. Esta incomodidad, este atrayente y precario equilibrio entre lo racionalmente viable y lo irracional y de ultratumba es un motivador irresistible, que mueve a la incondicionalidad. 
Eso sí, el final es una pena y se ve venir desde la mitad de la película. De todas las resoluciones posibles termina imponiéndose la más obvia, la más recurrida en el cine de terror reciente, la más cantada. Es penoso ver a un protagonista avanzando paso a paso hacia su propia perdición, y realmente lamentable que una obra que venía pegando fuerte y tan alto decaiga de esta manera. Con muy poco puede echarse a perder una gran obra.

Publicado en Brecha el 30/12/2012