viernes, 30 de noviembre de 2012

XXVII Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Combustible para el alma

Es una fiesta. Las playas no son muy bonitas, el clima es totalmente cambiante y no está ni cerca de lo ideal, pero el festival de Mar del Plata seguramente sea uno de los mejores y más accesibles del continente. Una inmersión profunda permite que el cronista se lleve algunos apuntes de interés, y un buen puñado de películas.

Mar del Plata es el único festival de Cine latinoamericano catalogado por la FIAPF (Federación Internacional de Asociaciones de Producciones de Films) como Clase A, categoría otorgada solamente a un puñado en todo el mundo. Cannes, Berlin, Locarno, Venecia, Montreal, San Sebastián, Tokio, Shangai, Karlovy Vary y El Cairo son los otros bendecidos con esta selecta calificación. Para ganarla se necesita cumplir con una serie de requerimientos: un trabajo anual sostenido, una seria selección internacional de películas y de jurados para las competencias, una especial atención a la prensa interesada (este ítem fue comprobado por aquí el señor), un estricto cuidado para evitar el robo o la copia ilegal de las películas a estrenar, un visible apoyo a la industria cinematográfica local, un sistema de seguros que salvaguarde a las copias participantes, además de contar con publicaciones oficiales y materiales de difusión que cumplan con los más altos estándares.
Más allá de esto, el festival es accesible por otras razones: entradas a 10 pesos argentinos, -menos de cuarenta uruguayos-, cines que se encuentran ubicados en un área reducida, a poca distancia uno del otro -como máximo toca caminar diez cuadras desde el Auditorium central a uno de los Shoppings-, actividades varias como charlas y conferencias con expertos, toques de bandas (pop pegadizo, reggae, punk, hardcore violento). Un armatoste de metal sobre la playa perfectamente incorporado para despliegues musicales se enfrenta a una pista junto al mar, donde se desnucan permanentemente unos treinta skaters, en rampas erigidas para tal propósito.
La publicidad es un tanto desconcertante para el visitante uruguayo. Figuras de la farándula como Agustín Pichot, Dalma Maradona, Pablo Lescano, los integrantes de la banda Miranda, o Mex Urtizberea promueven el festival en spots y carteles de colores saturados y estética kitsch siendo inevitable verlos casi todo el tiempo; algo así como que el Piñe y Claudia Fernández publicitaran, destacando su propia frivolidad, el festival de Cinemateca. Alguien me comenta que el fenómeno puede leerse como un peronismo aplicado a la publicidad, ya que se sostiene en la idea de llegar a sectores populares y a un público que no forma parte de los espectadores corrientes, ya cautivos por el festival.
Sobre los últimos días, la fugaz visita de la presidenta Cristina Fernández para dar una inauguración en el Hotel Provincial, vino acompañada de ruidosas y nutridas asociaciones peronistas que tomaron la calle y se incorporaron frente al hotel; al parecer, la siguen a donde vaya. Cristina tiene un ejército y lo sabe, los afiebrados fanáticos apalean constantemente un bombo atronador que se siente a cinco cuadras a la redonda y despliegan un cartel XXL con la figura de Néstor. Los agentes de seguridad de Cristina cortan el paso a los que quieren ingresar al hotel, e impiden la salida de los que están alojados dentro. Claro que toda esta parafernalia se diluye en el instante preciso en que Cristina se va de la ciudad a resolver otros asuntos.
Por fuera de los despliegues varios y la fanfarria ocasional, las jornadas transcurridas desde el 17 al 25 de noviembre fueron una fiesta del cine. Más de 400 títulos provenientes de todo el mundo distribuidos en doce salas, con funciones que comenzaban a las nueve de la mañana y terminaban en trasnoches que podían empezar a la una de la madrugada. Participaron nada menos que 78 películas argentinas, hubo un infaltable homenaje a Leonardo Favio -cineasta también encumbrado por Cristina desde su discurso- y secciones dedicadas especialmente al cine surcoreano, al cine para niños -esta sección estaba provista de un jurado infantil-, al cine de terror -en casi siempre agotados horarios trasnoche-, y a las comedias, entre otras. Además de las clásicas retrospectivas.
Y es muy cierto que durante esos días Mar del Plata vive el cine, y este cronista tuvo que quedarse fuera de varias de las funciones, incluyendo la última película de Todd Solondz, con entradas agotadas en todas sus proyecciones. Salas atestadas y colas de más de una cuadra reflejan un entusiasmo local, que además de ser constante y reiterado, es creciente. Parejas jóvenes se sientan en las plazas a investigar los programas del festival y planificar su maratón diaria, cinéfilos de toda clase intercambian información como si fueran figuritas, que tal película es de lo mejor del festival, que tal otra no vale la pena. Esta edición batió su propio record: más de cien mil espectadores. El cineasta surcoreano Back Seung-kee, director de Super Virgin (y además protagonista) se vio atropellado, a la salida de su estreno, por una marabunta de fanáticos que lo buscaban para pedirle autógrafos.
Las conclusiones finales son positivas, apuntaladas por la idea de que la sobredosis fue absolutamente provechosa. Al parecer de este cronista Mar del Plata es un festival excelente, y esto se debe fundamentalmente al riguroso trabajo de programación. Es notorio el énfasis en películas que están dotadas de narrativas claras, o de una visible intención de mostrar realidades específicas. La diferencia de este festival con otros, orientados a la no-ficción o al cine más "elevado" y quintaesencial, es que aquí uno va al cine esperando que le cuenten una historia y difícilmente salga decepcionado. En Valdivia -por nombrar un ejemplo que se encuentra en las antípodas- abundan las películas de viajes en las que un personaje silencioso se pierde, vaga sin rumbo y no le pasa absolutamente nada, y es muy difícil encontrar, entre la sobreabundancia de películas programadas, una que cuente una historia más o menos tangible y concreta. Será por eso que aquí la sensación es la de haber asistido a un concentrado e intensivo taller, sin tiempos perdidos.
Aquí el resumen de lo mejor que se ha podido ver en esta edición, y en próximos números se reseñará alguna más que quedó afuera, con correspondientes entrevistas a sus autores.

El Bella Vista (Alicia Cano, Uruguay)

La única película uruguaya presente en la programación se impuso, y de qué manera. La ópera prima de Alicia Cano se llevó grandes ovaciones y una mención especial en la competencia latinoamericana, y se trata de un atípico documental que cuenta con figuras técnicas de primerísimo nivel (Fernando Epstein en el montaje, Arauco Hernández en la cámara, Daniel Yafalián y Rafael Álvarez en sonido) y que se integra con naturalidad y notable sentido del humor en un universo rural desorbitante. El Bella Vista es un club de fútbol de antaño ubicado en el departamento de Durazno que, entrado en decadencia, devino en prostíbulo de travestis. Pero con las firmas de algunos vecinos, la casa es desalojada y convertida al poco tiempo en una iglesia católica. Todo este devenir es reinterpretado por los mismos protagonistas, dejándose ver las razones, las inquietudes y los problemas de cada uno de los personajes involucrados. Cano logra una atmósfera, permitiendo ver un perfil humano incluso en los que podrían considerarse los villanos -el prejuicioso patriarca que pretende devolverle la gloria a su antiguo club de fútbol es un personaje tan hilarante como sencillo y comprensible- y proponiendo una aguda observación sobre las contradicciones en las formas de pensar imperantes en la campaña.

Beyond the hills (Cristian Mungiu, Rumania / Francia / Bélgica)

El gran Cristian Mungiu -que no hace mucho sorprendía con su impactante 4 meses, 3 semanas, 2 días, sobre el aborto ilegal en la era Ceaucescu- fue el gran ganador de este festival, y su Beyond the hills llevó el Astor de Oro a la mejor película de la competencia internacional. Se trata de un durísimo fresco centrado en un convento rural de Rumania, en el cual dos amigas se reencuentran luego de años. Ambas crecieron en un orfanato, con la misma educación cristiana ortodoxa. Pero mientras una fue a trabajar a Alemania y conoció un poco de mundo, la otra se quedó en el convento, devota en su formación religiosa. El detalle es que a ambas las une un pasado lésbico, y hay en la relación una profunda dependencia y un amor no correspondido, pero todo esto tiene lugar en un universo de profunda represión, violencia soterrada y disciplinas férreas. De alguna manera Mungiu se las ingenia para mantener una tensión casi insoportable durante dos horas y media, planteando durísimas críticas a la imposición de cosmovisiones que no se aggiornan ni logran corresponderse con la vida moderna.

Fango (José Celestino Campusano, Argentina)

El premio a mejor director en la competencia argentina fue para el aquí prácticamente desconocido Campusano, que había filmado anteriormente las también aclamadas Vil Romance y Vikingo. Como bien dice el nombre de su productora, el cine de Campusano es un Cine Bruto, desprolijo, con actuaciones que a veces bordean lo lamentable, y una fotografía, un montaje, un sonido que dejan bastante que desear. Pero nadie puede dudar de que es un cine directo, honesto y visceral que, como el de Peckinpah, parece filmado con las garras. Campusano introduce sus cámaras en el segundo cordón del Gran Buenos Aires, en ambientes callejeros marginales, y desde allí cuenta sus historias, con sórdidos personajes que no hacen más que interpretarse a sí mismos. En una suerte de western callejero, Campusano da muestras de códigos barriales, violencia entrecruzada y desmesurados revanchismos que llevan a desastres generales. Por sobre todo, un cine apasionado, polémico, personal, único en su especie. Un cine que hay que tomarlo o dejarlo.

The ABC's of death (Directores varios, Estados Unidos)

La idea es grandiosa. Una película compuesta por fragmentos breves, dirigidos por 26 directores. 26 letras del abecedario, 26 maneras de morir. Cada uno de los directores es seleccionado por su perfil cercano al terror experimental, y se le da libertad absoluta para realizar sus corto. El resultado, como no podía ser de otra manera, es absolutamente desparejo. De a ratos, los fragmentos son humorísticos (A is for Apocalypse de Nacho Vigalondo), de a ratos desternillantes (N is for Nuptials del tailandés Banjong Pisanthanakun), a veces incurren en el horror social (P is for Pressure de Simon Rumley), a veces en el desmadre anárquico (W is for WTF? de Jon Schnepp), a veces en el gore desmesurado y prácticamente insoportable (X is for XXL del francés maldito Xavier Gens), e incluso en la animación stop-motion con muñecos de plastiscina (T is for toilet de Lee Hardcastle). Entre los mejores está D is for Dogfight del gran Marcel Sarmiento (autor de la inolvidable Deadgirl), en el que plantea una muy lograda lucha de un veterano boxeador contra un perro rabioso. Para pasarla bien y mal, alternativamente.

El muerto y ser feliz (Javier Rebollo, España / Francia / Argentina)

En la película de apertura del festival, Uruguay también estuvo más que presente. Las actuaciones de Roxana Blanco y Jorge Jellinek -este último interpretando a un matón de cuidado- se agregan al hecho de que al comienzo, la voz en off de Rebollo dedica su película a la mismísima Cinemateca Uruguaya. Fiel a su estilo, Rebollo plantea un viaje al estilo de Historias extraordinarias, miles de kilómetros en la carretera, a través de Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy y Bolivia, en el cual un viejo asesino a sueldo al borde de la muerte (José Sacristán) se embarca sin rumbo a una aventura crepuscular. A falta de una, varias voces en off dan cuentas de lo que ocurre, o cuentan la acción de modo un poco distinto a como está presentada en las imágenes. Como en todas las leyendas, el relato oral se despega de la realidad, y la historia se bifurca, se desintegra, pasa a ser una y muchas al mismo tiempo.

Bleak night (Yoon Sung-Hyun, Corea del Sur)

Otra de las grandes sorpresas de este festival. Esta fue la película de graduación del joven director Yoon, algo remarcable si se tiene en cuenta la calidad técnica, la profundidad conceptual y una temática áspera, poco apacible, como es la de la violencia juvenil y el bullying. Una historia de amistad entre adolescentes de bachillerato signada por la angustia, los miedos, y la necesidad de imponerse por sobre los demás, utilizando las miradas y las amenazas verbales como principales herramientas. De este modo, el acercamiento permite ver una especie de cuadro casi animal en el que se impone sobre los demás el más fuerte y carismático. Una película difícil, un tanto hermética y larga y plagada de abundantes e incómodos diálogos, pero también de esas películas que tocan algo al interior de cada uno. Se desprende que los hostigadores, los perpetradores del bullying, no suelen ser los más fuertes de un grupo, sino paradójicamente los individuos más frágiles.

List (Hong Sang-soo, Corea del Sur) / Walker (Tsai Ming-liang, China)

Dos mediometrajes que fueron proyectados juntos y que son ejemplos del mejor cine de cada uno de sus consagrados autores. Con su List, Hong Sang-soo demuestra ser uno de los mejores herederos del estilo del maestro fallecido Eric Rohmer, y plantea la breve historia de una madre y una hija que escapan de deudas económicas y se alojan en un hotel. Allí conocen a un joven cineasta que pareciera ser el partido ideal para la hija. Un cine muy apacible y conversado, de pequeños detalles y gestos, de breves momentos humorísticos y cierta tensión insoslayable; esa clase de situaciones mínimas que sugieren temas profundos. Por su parte, Walker es increíble. El actor fetiche de Tsai, Lee Kang-sheng (el mismo adolescente que actuaba en El río) encarna a un monje budista, tapado con un manto rojo, que camina a una velocidad incomprensible. Siempre desmesuradamente encorvado, siempre con su almuerzo de comida rápida colgando de sus manos, su lentitud para recorrer las calles de Hong-kong es desquiciante e incomprensible para las estupefactas miradas de los otros transeúntes, y del espectador. De esta manera Tsai plantea un sorprendente contraste entre la locura y la ansiedad imperante en las urbes, y el obstinado, desestructurante andar de este enigmático personaje.

7 Cajas (Juan Carlos Maneglia, Tana Schémponi, Paraguay)

Muy en la onda Ciudad de Dios o El Mariachi, en las que se ubica un cine de géneros en contextos marginales -en este terreno podría colocarse tranquilamente Fango, reseñada anteriormente- surge este poderoso thriller. Los paraguayos lo recordarán como la película que marcó un antes y un después en su cine ya que vendió, al interior de su país, más entradas que Titanic. Ubicado en un universo difícil y hostil, el Mercado 4 de Asunción, el protagonista es un adolescente carretillero que se gana la vida transportando mercaderías. Pero en determinado momento, le es encargado transportar siete cajas misteriosas; simplemente llevarlas a dar una vuelta y regresarlas al mismo lugar, con la promesa de recibir mucho dinero -cien dólares, más de lo que ha visto en toda su vida- al momento de la entrega. Pero la trama se enreda hasta lo indecible, las cajas se pierden, son robadas, van y vuelven al punto de que la policía y varias bandas de delincuentes comienzan a buscarlas y a pedir precio por la cabeza del chico. Las siete cajas del título también refieren a las cajas televisivas, capaces de convertir a un don nadie en algo, gracias a su bendición.




Publicado en Brecha el 30/11/2012

viernes, 23 de noviembre de 2012

ParaNorman / El alucinante mundo de Norman (Chris Butler, 2012)

Terror para niños, y con contenido

La compañía estadounidense de animación Laika se presentó con las mejores credenciales: el corto Moongirl (2005) y el largometraje Coraline y la puerta secreta (2009), ambos dirigidos por el ya veterano de la animación David Selick (El extraño mundo de Jack, Jim y el durazno gigante). Quizá como un legado de Selick, la compañía continuó desempeñándose en la trabajosa técnica del stop-motion -animación cuadro por cuadro, por lo general fotografiando muñecos de plasticina-, y en una estética atractiva, retorcida y lúgubre. Es verdad que esta película no comparte la pulcritud estilística de Selick, sino que más bien apunta a muñecos toscos y desagradables, a una desprolijidad deliberada más acorde a su espíritu pop y juvenil. Como en Coraline, tampoco se omiten tramos especialmente oscuros y terroríficos, que podrían ser inconvenientes para los niños más pequeños. En ciertos países como Irlanda y Corea del Sur, la película fue calificada para mayores de doce años, sin dudas una exageración –un niño de ocho años está acostumbrado a ver constantemente cosas mucho más terribles en televisión- pero de todos modos es un dato a tener en cuenta.
Como el niño de Sexto sentido, Norman tiene una particularidad: ve gente muerta, todo el tiempo. Cada vez que va al colegio, va por el camino saludando a un montón de espectros, lo que lleva a que sea visto como un chico raro entre sus pares, y que sea objeto continuo de bullying. Por otra parte, el barrio en que el tiene lugar la acción es el ficcional Blithe Hollow, ubicado en la muy real Salem, en Massachussets. Como en los verídicos episodios de ejecuciones de brujas allí ocurridos, en Blithe Hollow, a fines del S. XVII fue asesinada por la gente del pueblo una supuesta bruja, que aún trescientos años después extiende una maldición por la cual un puñado de muertos se levanta de sus tumbas. Al igual que en la también notable y reciente Monster house, el humor está bien logrado y dosificado y se alterna con escenas de esmerado suspenso, abundan los guiños cinéfilos y no hay villanos estereotipados: todos tienen sus móviles, sus problemas y sus razones de ser.
Para quienes dicen que las películas de género suelen ser superficiales, vacuas o intercambiables, aquí se plantea nada menos que un paralelismo entre el bullying y las turbas adultas y violentas, son vinculados directamente con el miedo a lo diferente y a lo desconocido, hay una suerte de reflexión en torno a la venganza y las represalias y, de alguna manera, se encauza todo este paquete con la historia de los Estados Unidos. No es poco para un entretenimiento familiar. 

Publicado en Brecha el 16/11/2012 

viernes, 16 de noviembre de 2012

Iraníes disidentes, premiados y cautivos

Puntas de iceberg
Nasrin Sotoudeh es una abogada iraní por los derechos humanos que ha orientado su trabajo especialmente a la causa de los niños maltratados, y contra las penas de muerte por delitos cometidos durante la minoría de edad. Pese a los riesgos que esta labor implica, ha permanecido dentro de su país representando a políticos y periodistas opositores al régimen que fueron encarcelados tras las elecciones de 2009. Por su parte, Jafar Panahí, que seguramente es uno de los mejores cineastas del mundo (al menos sus seis largometrajes así lo demostraron, y en el recorrido de su filmografía no se ven fisuras o altibajos: cada nueva obra ha reafirmado su maestría), ha sido un férreo opositor. Filmando desde su propio país, Panahí se las ingenió para sortear las formas de censura imperantes y plantear emotivos cuadros realistas que permitieron entrever enormes injusticias. 
Sotoudeh fue arrestada en setiembre de 2010, con cargos por divulgación de propaganda y conspiración para dañar la seguridad del Estado. Fue encerrada en confinamiento solitario. Luego fue juzgada y sentenciada a 11 años de prisión, a lo que se sumó la prohibición de ejercer su profesión y de salir del país por veinte años. Se cree que la razón fundamental de su arresto fue haber representado a su colega abogada Shirín Ebadí –la primera mujer musulmana ganadora de un premio Nobel de la paz–, que desde el exilio denunció ante varias instituciones internacionales la crisis de derechos humanos imperante en Irán y llamó a gobiernos extranjeros a que boicotearan el gabinete entrante del presidente Majmud Ajmadineyad. Panahí estaba filmando una película sobre el fraude electoral y fue arrestado por la milicia Basij cuando asistió al multitudinario entierro de la joven Neda Agha-Soltan, asesinada durante las protestas electorales en 2009. Neda se convirtió en una mártir de la resistencia iraní; y el impactante video de su muerte –seguramente intolerable para personas sensibles– es una de las muestras más infames de la brutalidad del régimen. Los cargos contra Panahí fueron similares a los de Sotoudeh; se lo acusó de realizar “actividades contra la seguridad nacional y propaganda contra el régimen”. Fue condenado a seis años de prisión y se le prohibió hacer cine, salir del país y hacer declaraciones a medios nacionales e internacionales por veinte años. 
Tanto Panahí como Sotoudeh fueron premiados en octubre por el Parlamento Europeo (PE) con el premio Sájarov a la libertad de conciencia. Martín Shulz, presidente del PE, señaló que “el PE envía un mensaje de solidaridad y reconocimiento a una mujer y un hombre que no han sucumbido al miedo y a la intimidación y que han decidido anteponer la suerte de su país a la suya”. El premio es entregado normalmente a personalidades o colectivos que demuestran un continuo esfuerzo en la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales. Entre los nominados figuraban las integrantes del grupo feminista punk ruso Pussy Riot –encarceladas por sus dichos en la Catedral de Cristo Salvador en Moscú– y el disidente bielorruso Ales Bialiatski, también preso. Según Schulz, la entrega del premio debe interpretarse como un “No muy claro al régimen iraní, (que) no respeta ninguna de las libertades fundamentales”. 
A pesar de la prohibición, Panahí logró, durante su arresto domiciliario y a la espera de la condena, hacer la notable no-película This is not a film. En ella la denuncia sigue presente y se muestra una sociedad efervescente que, con la excusa de festejar el Chaharshanbe Suri (o miércoles de los fuegos), inunda las calles lanzando fuegos artificiales con un fervor popular ensordecedor. Temerosos, los ayatolás calificaron por primera vez al milenario festejo de preámbulo de la primavera como una fiesta impía, ya que, según ellos, carece de una base religiosa. El ahora convicto Panahí se las ha ingeniado de alguna manera para terminar su segunda película desde que le fue impuesta la prohibición de filmar, según dijo recientemente su amigo y colega el director Abbas Kiarostami. El estado de Sotoudeh en este momento es crítico. Desde su celda, hace treinta días ha iniciado una huelga de hambre como respuesta al hostigamiento que las autoridades policiales impusieron a su familia. El régimen prohibió que su esposo y su hija salieran del país y ambos fueron convocados a la corte; Amnistía Internacional señala que se pretende evitar que ellos continúen en su campaña para liberar a Sotoudeh. Desde hace tres meses a los hijos de Sotoudeh le son negadas las visitas, ya que los carceleros descubrieron que ella utilizaba un pañuelo en el que escribía su defensa para una próxima audiencia judicial. Se dice que Sotoudeh, de 49 años, no es lo suficientemente fuerte como para resistir por mucho más tiempo; a estas alturas la desnutrición habrá alcanzado su tercera fase, y la muerte por inanición puede ocurrir en cualquier momento, por fallo cardíaco o falta de irrigación del cerebro.
Puede parecer un chiste malo, pero en Irán se castiga con pena de muerte al que sea visto, in fraganti, escuchando música de Ricardo Arjona; está escrito en la nueva Constitución. Los casos de Panahí y Sotoudeh son apenas dos puntas de iceberg, dos casos conocidos y seguidos internacionalmente. Pero Amnistía Internacional denuncia este año una infinidad de violaciones y malos tratos en prisiones preventivas, penas de flagelaciones y amputaciones, juicios basados en confesiones obtenidas mediante torturas, más de 500 ejecuciones. En la brillante película La separación, que comienza con una pareja frente a un tribunal iraní, la protagonista plantea su decisión de irse del país. Inmediatamente el juez la increpa, preguntándole por qué quiere irse a vivir a otro lado, y cómo es posible que crea que no tiene oportunidades allí. Desde el punto de vista de las autoridades, nadie tiene razones para irse, ya que todo está bien, todo está en orden. A tal punto llegan el fundamentalismo, la intolerancia y la ceguera teocrática que domina Irán desde hace ya 33 años

Publicado en Brecha el 16/11/2012

viernes, 9 de noviembre de 2012

007: Operación Skyfall (Skyfall, Sam Mendes, 2012)

Otro plato


Nada menos que cincuenta años se cumplieron desde la primera película de James Bond, El satánico Dr. No, y su conmemoración debía hacerse con una obra a la altura de una saga que significa un orgullo para la potencia inglesa. El paladín de los servicios secretos británicos que se abre paso con impunidad y a los tiros en un plano internacional, persiguiendo maleantes de diverso tipo y calaña nunca dejó de tener un peso simbólico considerable para un país que se esfuerza en mantenerse presente. Pero los tiempos y las sensibilidades cambian, y también las formas de mostrarse al mundo. Como Jason Bourne supuso un cambio importante en la percepción del agente internacional de elite, un agente del MI6 debe de justificarse a sí mismo –esta película no para de hacerlo- y además no podía quedar en desventaja comparado con uno entrenado por la CIA. Esta última imposición requería de un aggiornamiento forzado, y es todo un síntoma que los recambios de James Bonds duren cada vez menos. Está claro que se necesita un actor a la altura, cuarentón, buenmozo, carismático y en buen estado físico. Pero el margen para reunir estos requisitos y que, encima, logre proezas atléticas a lo Bourne, es muy acotado. Si Sean Connery y Roger Moore, los Bonds más activos, duraron en su papel respectivamente veintiún y doce años, el penúltimo, Pierce Brosnan, lo haría tan solo por siete, y hoy Daniel Craig parecería al borde del retiro luego de seis años y tres extenuantes rodajes.
La apuesta al director Sam Mendes (Belleza americana, Solo un sueño) pareció apuntar a una firma oscarizada y de renombre, y al envoltorio estilizado, tan del cine british. Es así que las escenas son pulcras, la acción es vistosa, la secuencia de créditos inicial de tan bien diseñada da gusto, y los primeros tramos de acción aferran al espectador con fuerza y convicción. La persecución inicial, con Bond en moto a través de los techos de las calles de una feria en Estambul (!), en montaje paralelo a otra agente recibiendo instrucciones y siguiendo la persecución lateralmente dan mucho y prometen aún más. El interés no decae en las dos horas y media que dura el metraje, hay adquisiciones que caminan muy bien y que suponen otro reinicio a la saga –Naomie Harris como la nueva Moneypenny, Ralph Fiennes, y sobre todo Ben Whishaw, un Q hacker muy post-Millenium- y adquiere protagonismo Judi Dench, quizá la mejor M que se haya visto. Javier Bardem logra un villano impagable, -que como señala el crítico argentino Diego Lerer parece extraído de una película de Almodóvar- que se presenta con un notable y desagradable monólogo sobre ratas e impone acercamientos homosexuales que parecieran perturbar más a Bond que cualquier tortura física.
Pero la película pareciera redondear todos los vicios del cine británico. Las escenas de acción, aunque cumplen con la cuota de espectacularidad necesaria, no se desenvuelven con imaginación. Digamos que está bien la idea de las motos por los techos, pero los grandes cineastas de acción (Steven Spielberg, Brad Bird) logran imprimir una creatividad extra que llevan las situaciones a un vértigo insospechado. El enfrentamiento final no dignifica la muerte de un villano tan esforzado y deja con ganas de resurrección. Como la mayoría de las películas inglesas, Operación Skyfall es formalmente bella y atractiva a priori, pero mantiene a la espera de un vuelo audiovisual que finalmente no llega.

Publicado en Brecha el 9/11/2012

viernes, 2 de noviembre de 2012

Perros de la calle (Reservoir dogs, Quentin Tarantino, Estados Unidos, 1992)

20 años de Reservoir dogs

 
Puede parecer mentira, pero este año se cumplieron veinte años del estreno de esta increíble ópera prima. Un ciclón llamado Quentin Tarantino había pasado en 1992 para cambiarle la cara al cine mundial de una vez y para siempre; un chico de 28 años que había sido empleado de un video-club y un cine porno, que escribía con faltas de ortografía y cuya formación elemental habia consistido en la deglución masiva de películas de toda clase y tamaño.

En el viejo Los Ángeles hacia calor, las temperaturas máximas oscilaban entre los 30 y los 35 grados centígrados durante esos días, y el candente sol abrasaba las avenidas y derretía el asfalto. En un antiguo depósito de cadáveres, en la calle Figueroa y la Cincuenta y nueve, comenzó a reunirse un pequeño equipo de filmación y un puñado de hombres trajeados. Y el calor alli dentro era infernal. El efecto invernadero de la sala de embalsamiento y los focos llevaban la temperatura a más de 38 y 39 grados; todas las personas transpiraban, pero aun más los actores, ataviados de trajes, camisas y corbatas. El que más transpiraba era Tim Roth, el "Sr. Naranja", que debía pasar durante horas recostado en un charco de tinta de utilería que emulaba su propia sangre. Según contarían algunos de los involucrados, su actuación revelaba en parte la auténtica agonía que atravesaba en esas condiciones.
Estas circunstancias son notorias al verse la película. Los personajes sudan incesantemente, y es un aspecto que colabora para la transmisión de un clima envolvente muy particular. Para colmo, el cuadro es opresivo, alarmante. El grupo de hombres trajeados había planificado un atraco perfecto, y todo lo que podría haber sucedido mal, les sucedió. Hubo una emboscada por parte de la policía -los estaban esperando, evidentemente- una masacre con civiles muertos, tiroteos y bajas en ambos bandos. Lo que debía ser rápido y limpio se convirtió en un baño de sangre, y entre ellos queda implantada, como un veneno, la seguridad de que uno de los miembros del grupo es un policía encubierto, una "rata", de acuerdo a su lunfardo.
Si bien el factor climatológico fue casual y seguramente inesperado, no puede afirmarse que haya sido tan sólo una "suerte", y que esa atmósfera tan particular presente en la película se deba tan sólo a un factor externo. Porque está precisamente en el pragmatismo y en la inteligencia de los grandes cineastas la capacidad de adaptarse a las inclemencias circunstanciales y utilizarlas para beneficio propio.

Claves. Suele decirse que una obra se vuelve trascendente cuando logra tratar temáticas universales. Y la premisa inicial -un montón de criminales, en un espacio reducido, desconfiando entre sí- dispara una trama profunda que entrecruza sospechas, lealtades y luchas de poder, finalmente la culpa y la búsqueda de una redención imposible. Tarantino supo formular un conflicto dramático de difícil o imposible resolución, con personajes dotados de cargas personales que los vuelven bombas de tiempo, donde la tragedia está presente desde un comienzo y se avanza hacia un desenlace que no puede ser mejor.
Pero aún cuando la película es rabiosamente opresiva, dura y sangrienta, también es increíblemente adictiva. Las razones para ello son unas cuantas, pero sin dudas juega fuerte una apuesta al realismo y un espíritu de incorrección política -la palabra "fuck" es repetida 272 veces a lo largo del metraje y abundan los comentarios discriminatorios por parte de los maleantes- un reparto inmejorable y un tratamiento de guión que explica una clave fundamental para comprender el talento y el éxito de Tarantino.
En un diálogo en el que el policía infiltrado está siendo entrenado por un superior, el primero debe aprenderse un discurso, algo así como un chiste, una anécdota criminal inventada que debe ensayar y memorizar para ganarse la confianza de los delincuentes. Es una historia que tiene lugar en un baño público y que luego despliega un notable y falso flashback, pero en el momento en que el infiltrado aprende esa anécdota, su superior le explica: "Las cosas que tienes que recordar son los detalles, porque son los detalles lo que venden la historia. Ahora bien, esta historia se desarrolla en el baño de hombres. Tienes que saber si tiene un secamanos o toallas de papel, tienes que saber si cada casilla tiene puerta o no. Tienes que saber si tienen jabón líquido o esa mierda rosada en polvo que usaban en la secundaria, si tienen agua caliente o no, si huele mal, si algún sucio hijo de puta roció con diarrea uno de los WC. Porque si haces tu trabajo al contar la historia, todo el mundo la va a creer. Porque si le cuentas la historia a alguien que realmente ha meado en ese baño, y le das un detalle que recuerda bien, va a respaldarte y defenderte."
Este fragmento ejemplifica a la perfección el tratamiento que Tarantino hace de los detalles de cada una de sus historias, de cada uno de sus personajes. La lección que el policía daba en ese momento, es también una lección de cine por parte del director. Al hablar con sus actores, Tarantino les da todos los detalles sobre los personajes que deben interpretar. No sólo les dice su estado de ánimo para el momento específico, sino que además les cuenta toda su historia personal, les explica qué los llevó al lugar en el que están, les dice qué sentimientos les despierta cada uno de los otros personajes. Tarantino conoce sus historias a la perfección, sabe qué pasó y qué pasará, conoce elementos que los espectadores nunca sabrán cabalmente. Pero esos elementos reafirman el convencimiento con que los actores se colocan en sus personajes, agregan riqueza a los guiones por todo lo que existe ahí y apenas puede intuirse, por las elipsis y los espacios de sombra que llevan a que la audiencia se convierta en parte activa del planteo. No es menor que el mismo atraco, lo que en otras películas sería presentado como un clímax de acción, esté perfectamente omitido. Cuando una historia es contada con tal convencimiento y cuenta con semejante profusión de elementos, ese universo es transmitido subliminalemnte mediante la puesta en escena y las actuaciones, y es percibido aunque sea a un nivel inconsciente. La grandeza de una obra se erige en todos esas cosas no dichas, en esas sugeridas profundidades que el espectador debe completar con sus propias experiencias.


Registros múltiples. El guión y su estructura son dignos, entonces, de largos análisis. Tarantino planteaba los saltos temporales como una marca personal, aspecto que le permitía transmitir su historia en etapas. Por un lado, esto lo ayudaba a dosificar las tensiones y las distensiones, y por ende a lograr un buen ritmo -debe recordarse que las películas de Tarantino suelen contar con larguísimos diálogos, aún las que parecieran ser más dinámicas- además de ir aportando elementos para que se vaya comprendiendo progresivamente y en su mayor dimensión todo el conflicto central. En determinado momento, el espectador tiene información que los personajes desconocen, sabe quién es el infiltrado, quién está siendo engañado, quién sospecha acertadamente. La estructura desordenada, aparentemente caótica aunque perfecta, que requiere un armado mental de tipo puzzle se extremaría en Pulp fiction (1994).
El principio es grandioso, un diálogo casual dentro de una cafetería en que los delincuentes conversan sobre Madonna y su tema "Like a virgin". El personaje interpretado por Tarantino, que sería asesinado en breve, describía a Madonna como una adicta empedernida a los falos y analizaba la canción desde esa perspectiva*. Inmediatamente el Sr. Rosado (Steve Buscemi) expondría sus principios en lo referido a dejar propina en los bares. Si en Pulp fiction también sería de antología el diálogo casual entre John Travolta y Samuel L. Jackson acerca de las hamburguesas, aquí se plasman por primera vez estos textos absolutamente desestructurantes, de matones que en lugar de hablar acerca de crímenes, robos y drogas, discurrían sobre asuntos triviales, divirtiéndose como niños. Aquí el autor dejaba otra de sus marcas aportando una dimensión más mundana a los personajes.
Pasada esa primer escena del café, una muy atractiva caminata callejera, los "perros" desfilaban en ralenti por la calle, al ritmo de "Litte green bag" de George Baker Selection. Corte abrupto, una escena dentro de un auto con el Sr. Naranja recién baleado, desangrándose y retorciéndose de dolor. Esta clase de montaje filoso y de impactos abruptos -el comienzo de Kill Bill es otro claro ejemplo de esto- es en buena parte heredado por uno de los maestros declarados de Tarantino, el malogrado y maldito director Samuel Fuller (El kimono escarlata (1959) Shock corridor, (1963); si dos minutos antes el espectador reía a carcajadas, en ese momento no puede evitar quedar paralizado; esta clase de cambio radical del registro es algo que sólo logran unos pocos artífices, aquellos que dominan a la perfección el lenguaje audiovisual.

Violencia. Mucho se ha hablado, escrito y discutido acerca de la inolvidable escena en la que el sádico Sr. Rubio (Michael Madsen) tortura y le corta la oreja a un policía maniatado y amordazado. La escena supone un shock a cualquiera que incurra en la película, y le daría a la pegajosa canción de los setenta "Stuck in the middle with you", de Steelers wheel, un trazo absolutamente siniestro. Aquí ya quedaba fijada otra de las constantes tarantinescas: la inmensa incomodidad que supone una súbita inversión en los roles de poder entre personajes. El Sr. Rubio es un delincuente que, es de presumir, se pasó una vida entera hostigado por la policía, y que encuentra finalmente la posibilidad de "cobrarselas" con un uniformado. El movimiento significa poner de revés los roles predeterminados de víctima-victimario, y el guión en este caso había dado todos los elementos para que el espectador sepa que el Sr. Rubio es, además de un tipo simpático, un auténtico psicópata. Si la escena es casi insoportable, no se debe a que sea explícita -mucha gente lo cree así, pero la cámara en realidad apunta hacia una esquina en el momento en que tiene lugar la amputación- sino a que los niveles de tensión ascendieron hasta un punto irrepetible.
Cuando tuvo lugar el estreno en el festival de Sitges -sólo como dato anecdótico cabe nombrar que fue proyectada inmediatamente después que Braindead de Peter Jackson, quizá la película más sangrienta de la historia- unas quince personas se fueron de la sala cuando la escena de la oreja, entre ellos Wes Craven, quien había dirigido clásicos gore como Las colinas tienen ojos o Pesadilla en la profundidad de la noche, y Rick Baker, maestro maquillador y de los efectos especiales. Consultado por Tarantino más tarde, este último explicaría: "Quentin, me tuve que ir de la película, pero quiero que lo tomes como un cumplido. Mira, todos nos movemos en el mundo de la fantasía. No existen los vampiros ni los hombres lobo. en cambio te mueves en la violencia de la vida real, y yo con eso no puedo, de verdad."

* Luego de un tiempo, Tarantino se encontraría con Madonna en persona. La reina del pop, luego de felicitarlo por su película, le explicaría que su canción "no es una cuestión de pijas, sino de amor".
 

Anexo 1. Referencias cinéfilas 

Los guiños cinéfilos en las películas de Quentin Tarantino son permanentes, imperceptibles para la mayoría de los mortales. Quizá un espectador entre mil sea capaz de darse cuenta de alguno, y ellos no hacen a sus películas ni a las historias. Son más bien detalles reconocibles entre freakies y demás cinéfagos cercanos al autismo. Para ejemplificar: en determinado momento hay una pelea entre el Sr. Blanco (Harvey Keitel) y el Sr. Rubio, con amenazas cruzadas. Atemperados los ánimos, el Sr. Rubio le dice, "apuesto a que eres un gran fan de Lee Marvin". La primera impresión podría ser que simplemente se hace una referencia a ese actor que tanto supo hacer de tipo recio y carismático en clásicos entre los que se cuentan The big heat (1953) o Doce del patíbulo (1967), pero el guiño concreto apunta en realidad al primer largometraje de Martin Scorsese, Who's that knocking at my door (1967) en el cual un jovencísimo Harvey Keitel -interpretando a un psicópata, como de costumbre- explayaba, en un gran discurso sobre una azotea, su incondicionalidad por Lee Marvin.
En otro momento Joe (Lawrence Tierney), el líder de la banda, consultado acerca de uno de los miembros desaparecidos, responde que está muerto. Cuando le preguntan si está seguro, el asegura: "tan muerto como Dillinger". Aquí la referencia tiene que ver con una película clase B que supo estelarizar el mismo Tierney en sus años mozos, Dillinger (1945) encarnando fríamente al asaltante de bancos John Dillinger. De ahí en más se volvería una costumbre para Tarantino llamar a sus filas a héroes olvidados como Tierney (Pam Grier, Sonny Shiba, John Carradine son buenos ejemplos), a actores en decadencia que, en algunos casos, volverían a Hollywood a partir de entonces (John Travolta, Darryl Hanah). Pero en definitiva, la referencia cinéfila en el caso de Tarantino no es mucho más que un juego más para mismo que para los demás, y la esencia de sus obras no podría estar más alejada de ellas.

Anexo 2. Rerservoir dogs y City on fire

Durante una rueda de prensa en 1994 en Cannes, cuando la presentación de Pulp Fiction, el periodista David Bourgeois, de la revista norteamericana Film Threat, quizá queriendo llamar más la atención sobre mismo que hacer buen periodismo, le espetó a Tarantino: "Hace relativamente poco se ha comentado que tomó usted abundantes préstamos de una película de acción rodada en Hong Kong en 1987, titulada City on fire, a la hora de realizar Perros de la calle. Diríase que City on Fire y su primera película son prácticamente la misma, así que estaba preguntándome si no le gustaría hacer algún comentario al respecto, por si acaso se hubiera planteado usted hacer alguna restitución monetaria al señor Lam." Tarantino respondió sin ocultar su entusiasmo por la película de Lam, y admitiendo que fue una gran inspiración para él. Pero el punto es que la película de Lam apenas tiene un par de elementos en común con la de Tarantino -hay un desenlace parecido, y había en aquella una esquemática historia de lealtades y desconfianzas- pero en definitiva, City on fire es una clase B -por no decir una clase Z- de acción y tiros, personajes estereotipados y carentes de relieves psicológicos. En cualquier caso, el mayor legado que Lam habría dejado sobre Tarantino es una característica que también era compartida por el cine de John Woo en su momento, y es la recurrencia a enfrentamientos con armas entrecruzadas entre varios personajes, como el que tendría lugar en los finales de Perros de la calle, y de Pulp Fiction, e incluso sobre la mitad del metraje de Bastardos sin gloria. El crítico Bourgeoise quizá sea penosamente recordado por no haber sabido ver la distancia abismal entre una de las mejores películas de la década de los noventa y un pastiche rutinario y del montón.

Anexo 3. Sangre

Uno de los comentarios críticos que más se supo escuchar contra la película es la exageración en el tamaño del charco de sangre que deja el personaje del Sr. Naranja, baleado y tendido en el suelo. Pero lo cierto es que Tarantino estuvo asesorado por un paramédico especializado que chequeaba que la cantidad de sangre empleada fuese adecuada a la que debía tener lugar como consecuencia de un disparo en el estómago, y supervisaba que la pérdida de sangre también fuese consistente y realista.

Publicado en Brecha el 1/11/2012