jueves, 31 de mayo de 2012

Control Z ayer y hoy


La revolución congelada


La productora de cine Control Z merece un lugar destacado y determinante en la historia del cine uruguayo. Pero desde hace tiempo que dejó de sorprender y fue convirtiéndose en una factoría de cine de calidad, de productos interesantes y valiosos, pero también repetitivos y acoplados a estructuras predecibles.

Control Z supo ser la revolución. Nadie puede poner en duda, a once años de 25 Watts y a ocho de Whisky, lo que la productora significó para el cine nacional. Entre otras cosas, logró en ese entonces que los uruguayos nos sintiéramos reflejados en fotogramas, que nuestro idioma hubiese sido captado y fielmente plasmado, que parte de nuestra idiosincrasia fuera reproducida. Uruguay pasó a despertar el interés de la crítica y los festivales internacionales y, aspecto nada menor, hubo por fin calidad técnica y una estética atractiva, coherente. En definitiva, podía comenzar a hablarse de un "cine uruguayo", y el fenómeno trascendió al punto de que otros jóvenes se dieron cuenta de que filmar era posible, y que tan solo era necesario contagiarse un poco de esas ganas de hacer que traía consigo el equipo de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella.
El tiempo ha pasado y el cine uruguayo nunca volvió a ser el mismo. De un promedio de dos o tres largometrajes por año hace diez años, hoy se supera con creces la decena. Cuánto le debe el cine nacional a Control Z es algo que seguramente no puede medirse pero sí intuirse, y no es poco.

Insatisfacción. Stoll y Rebella trajeron cierto cine de sugerencias, de anécdotas mínimas, de personajes desorientados y a la deriva. Dieron a conocer un mundo de tiempos muertos, de pathos tanguero rioplatense. Una "poética de la insatisfacción", que hacía uso de esas situaciones y personajes de pocas palabras heredados de Bresson y Antonioni, y que en ese entonces también existían en el cine de los directores Tsai Ming-liang, Wong Kar-wai, Kiyoshi Kurosawa, Jim Jarmusch, Aki Kaurismaki, los hermanos Dardenne, Fernando León de Aranoa, Lucrecia Martel, Raúl Perrone y tantos otros. Stoll y Rebella no inventaron la pólvora, pero sí la adaptaron a nuestro universo cotidiano.
Conforme los años pasaron, las formas del audiovisual nacional se fueron redimensionando. Hubo incursiones en los géneros con Mal día para pescar, Miss Tacuarembó, Flacas vacas y Selkirk, las co-producciones con otros países comenzaron a ser moneda corriente, los documentales adquirieron una calidad sin precedentes, y la presencia en los festivales internacionales se convirtió en algo sostenido, casi constante. Mucha agua pasó por debajo del puente de Control Z: se sucedieron La perrera, Acné, Gigante, Hiroshima, finalmente 3. La productora reafirmaba con cada una de sus nuevas películas un estilo propio, sello de fábrica, y lo hacía repitiendo las propias fórmulas del éxito. Y es lógico que esta reiteración también empiece a levantar ciertas sospechas: esa impronta austera, de tiempos muertos, de personajes silenciosos, suele ser bien recibida en festivales de todo el mundo por ser considerada como expresión de un cine autoral y de "calidad" opuesto a las temáticas ruidosas, de montaje hiperfragmentado, de personajes y circunstancias excepcionales, constantes del cine dominante.
Acné quizá sea el reflejo más claro de esa tendencia a seguir adherido a una impronta, desmereciendo la fidelidad a la realidad que se pretende exhibir. Es muy difícil o imposible encontrarse con un grupo de tres o cuatro adolescentes de catorce o quince años que no se pase hablando todo el tiempo, haciendo ruido, riendo a carcajadas. El comportamiento de los adolescentes silenciosos de Acné no parece condecirse con una realidad, sino adherirse a una fórmula ganadora.

Tres. Control Z ha dado a conocer a quien seguramente sea el mejor cineasta de la actualidad uruguaya. Y no me refiero a los que son considerados por todos como autores de las películas, a quienes se llevan el crédito principal (los directores Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella, Manuel Nieto, Adrián Biniez, Federico Veiroj) sino a uno que ha trabajado siempre desde las sombras, y cuyo nombre suele ser desmerecido. Nada menos que el productor y montajista Fernando Epstein, quien ha estado presente en la elaboración de todas las películas de la productora además de Liverpool de Lisandro Alonso y el documental D.F. (destino final). El trabajo de un montajista es absolutamente determinante para lo que es el producto final de una película; se trata de uno de los pilares básicos de la concepción, tan importante como el guion o el rodaje. El montaje define el sentido de cada escena, el ritmo, la duración, filtra los materiales innecesarios y selecciona lo mejor del producto filmado. Un buen montajista puede convertir un caos desestructurado en una película coherente.
Es curioso que 3 tenga una edición compartida por Stoll y Epstein. Epstein suele adaptarse a la duración estándar de las películas, sin llevarlas nunca hasta las dos horas. 3 adolece de terminarse unos diez o quince minutos después de lo que cabría esperar, visto y considerando que es una película centrada en situaciones azarosas, casi inconexas, y que en ningún momento existe un giro de guión poderoso que encamine la narración en tal o cual sentido. Es de suponer que Stoll, enamorado de algunas de sus esmeradas escenas, haya impuesto dejarlas, elongando demasiado la película y empobreciendo el producto final. A pesar de proponer un esquema ya visto, 3 tiene cosas para decir -es, entre otras cosas, una reflexión sobre salir adelante con la vida o estancarse, una obra elocuente acerca de quemar naves y enfrentar al porvenir- tiene momentos geniales (logrados planos secuencia lyncheanos, situaciones hilarantes, sugerentes escenas de notable economía narrativa) y grandes actuaciones. Pero pocos espectadores ponen en duda que aquí sobra metraje.

Lo que hubo y ya no está. Pero la incógnita que hoy surge es: ¿qué tuvieron 25 Watts y Whisky que no pudo repetirse en las posteriores películas de Control Z?, ¿dónde se encuentra la diferencia determinante entre las películas "de peso" de la productora, y lo que vino después? Y quizá sea posible aventurar aquí una respuesta: ambas películas hablaban de una sintomatología social, tocaban temáticas acuciantes y despertaban incógnitas terribles sobre nuestro mundo inmediato: ¿Cómo es posible que tres boludos, aún dotados de toda la energía vital de la adolescencia, no hagan nada, no busquen un camino a recorrer, no tengan perspectivas, horizontes ni aspiraciones claras?, ¿cómo es posible que personas maduras hayan pasado una vida entera estancados, repitiendo rutinas inconducentes e insatisfactorias?, ¿cómo pudieron tolerar ese estatismo que los aniquilaba por dentro?
Las posteriores películas de la productora no han sido tan contundentes en sus planteos, quizá sí reprodujeron una misma forma minimalista pero sin la fuerza incisiva y universal de semejantes radiografías sociales. Control Z parecería orientada a seguir una línea que ya resulta cansina, poco renovadora, no demasiado estimulante. Queda por ver si de ahora en más se arriesgará a explorar nuevos terrenos, si sabrá apostar una vez más por redefinir nuestro audiovisual o si en cambio optará por estancarse y empantanarse en una monotonía anquilosada y ya asimilada por todos. 

Publicado en El boulevard, mayo / 2012.

domingo, 27 de mayo de 2012

Margin call (J.C. Chandor, 2011)

La tormenta antes del derrumbe

El guionista y director debutante J.C. Chandor logró esta película con apenas tres millones de dólares, una cifra irrisoria para los presupuestos acostumbrados en el cine estadounidense, y contó con un nutrido elenco que incluye a grandes talentos como Kevin Spacey, Jeremy Irons, Stanley Tucci, Simon Baker y Paul Bettany, o los jóvenes y televisivos Zachary Quinto y Penn Badgley. Normalmente un filme dotado de este plantel insumiría muchísimo más dinero, pero al parecer los actores confiaron y contribuyeron con el proyecto cobrando cifras simbólicas. A Chandor en definitiva no le ha ido nada mal, ya que esta película fue además estrenada en el festival de Berlín y su libreto nominado a mejor guión original para los oscar 2011.
Se trata de uno de esos thrillers financieros hiper-serios y de impronta más bien teatral, con tipos trajeados discutiendo asuntos gravísimos al interior de frías oficinas. Aquí la acción se centra en una poderosa firma financiera, apenas unos días antes de que se desencadenara la crisis bursátil que llevó al colapso de la bolsa de Nueva York en 2008. La historia se centra entonces en cómo un joven ingeniero descubre internamente el desastre inminente, y las reacciones que a partir de entonces tienen los implicados, de acuerdo a sus niveles de responsabilidad y su posición de poder dentro de la corporación. Se muestran las reuniones inmediatas, los espontáneos contubernios en los que se toma la decisión de salvar pellejos propios, de vender a la velocidad de la luz todas las acciones posibles antes de que el crac salga a la luz –en un acto tan inescrupuloso como autoconsciente- llevándolo a cabo sin considerar consecuencias o implicancias que excedan su mundo inmediato.
Es interesante y seguramente acertada la exposición de los grandes responsables del desastre como perfectos ineptos; el mandamás de la corporación, encarnado por Jeremy Irons, llega a pedirle al jovenzuelo que dio cuentas del desastre que le explique directamente lo que está pasando, y que lo haga como si le hablara “a un niño de cuatro años, o a un golden retriever”, dando cuentas de un analfabetismo funcional que explica en parte esa falta de sensibilidad que llevó a la desconsideración total del mundo externo. También la película permite ver cómo los criterios para configurar el personal, los ascensos o despidos en este entorno no obedecen a las calificaciones o al desempeño sino muchas veces a los vínculos de complicidad y silencio.
Quizá el personaje más defectuoso del cuadro sea precisamente el mismo de Jeremy Irons, nada menos que quien representa al neoliberalismo desbocado, y que pasa escupiendo frases impostadas y como de manual, como “no podemos cambiar las cosas, sólo reaccionar”, “el dinero son sólo papeles con dibujos” o “siempre ha habido ganadores y perdedores”. Quizá las mismas líneas caminarían mejor en otros contextos, pero aparecen insertos en diálogos altisonantes, en esas escenas alevosamente construidas para ser relevantes y para lucimiento de los actores.
Si bien se trata de un logrado fresco y la película camina bien, de todas maneras el guión no escapa a lo predecible y todo sigue su curso, sin giros inesperados, sin sorpresa alguna, sin destapar elementos que lleven a pensar el contexto con mayor profundidad. Si se busca esto último, mejor recurrir al documental Trabajo confidencial de Charles Ferguson, una pieza fundamental para comprender cabalmente toda esta historia reciente. 

Publicado en Brecha el 25/5/2012 

viernes, 11 de mayo de 2012

Shame (Steve McQueen, 2011)

El sexo como tormento


El director Steve McQueen es un caso aparte. Uno de esos cineastas incómodos que tocan temáticas molestas, que proponen películas atípicas de las que no se puede ser indiferente. Hace poco había sorprendido con su debut Hunger, un filme terrible sobre presos del IRA y huelgas de hambre (que en verdad sucedieron), y aquí hay una vez más cierto foco en el cuerpo y en la autoflagelación. Pero lo llamativo de esta película no es la temática sino el enfoque: el protagonista es una vez más el brillante Michael Fassbender (era el crítico de cine infiltrado de Bastardos sin gloria), un satiriaco, un obsesivo del sexo que en apariencia tendría todo lo que podría necesitar para estar complacido; es exitoso económicamente y con las mujeres y, pese a tener sexo frecuente y de lo más variado, vive sin embargo una profunda y constante aflicción. 

Cuando su inestable hermana –la omnipresente Carey Mulligan- se instala en su apartamento de Nueva York, su mundo se da vuelta. Ella le recuerda un pasado familiar que prefiere olvidar –hasta queda implantada la sospecha de que pudo haber existido una relación incestuosa entre ellos dos–, encarna el desorden del que él quiere escapar y, peor que todo eso junto, significa un terrible reflejo de si mismo. Quizá ella sufra una patología distinta, pero comparten una base en común; la autodestrucción. 

Se ha dicho que esta película es moralista, pero es difícil percibir tal característica. La “vergüenza” del título –que sería más bien una desesperación– refiere a que el protagonista es incapaz de contenerse, a que se muestra incapacitado de controlar su propia psiquis. Aquí no se condena ninguna práctica en particular sino que se remite a mostrar la vida de un adicto, perjudicial y terrorífica como cualquier otra vida de excesos. 

Porque McQueen da a entender que los perfiles expuestos –el del protagonista y de su hermana– no son casos aislados ni mucho menos. Nótese el momento en que un suicidio en las vías de subte dispara la preocupación del personaje, coincidiendo en el tiempo con el intento de suicidio de su hermana. Él hace uso de todos esos servicios sexuales que existen actualmente –como ciertas páginas web de uso exclusivo o pubs de sexo gay inmediato, que finalmente resultan estar repletos de usuarios– y que mueven a la pregunta: “¿qué clase de personas los utilizan?”. El protagonista, un empedernido compulso que necesita llenar un vacío, lo hace explotando continuamente las vías que la sociedad hiperconectada le sirve en bandeja, y que también son estimuladas desde valores y una educación que ensalzan y en cierto grado promueven la "expresión" del incontenible macho viril. Fassbender encarna a uno de esos tipos de pocas palabras, callados, de sentimientos reprimidos que finalmente explotan en acciones poco convencionales. De esos personajes que funcionan como recipientes, y en los que el espectador puede volcar experiencias personales para completarlos, para responder las acuciantes preguntas ¿por qué? y ¿con qué sentido? Shame es de esas películas que expresan mucho sobre una sociedad y un tiempo, y que dejan a la audiencia con incógnitas repicando en su cabeza. Eso siempre es bueno. 

Publicado en Brecha el 11/5/2012

jueves, 3 de mayo de 2012

Los vengadores (The avengers, Joss Whedon, 2012)

Superhéroes, los de ahora

Por lo general las cosas se dan al revés. Ante la perspectiva de una perdida multimillonaria, los productores hollywoodenses presionan para estandarizar los productos, volviéndolos rígidos, impersonales y rutinarios. Pero uno de los estrenos más esperados de esta temporada no sólo colma las expectativas sino que además resulta ser una de las películas de superhéroes más efectivas y divertidas hasta hoy filmadas.


Primero un poco de historia: Los vengadores es un grupo de superhéroes creado en 1963 por Stan Lee y  Jack Kirby, historietistas de la editorial Marvel. La eterna rival de Marvel, DC comics, había lanzado tres años antes la serie La liga de la justicia, reuniendo varios de sus personajes más importantes (Superman, Batman, Mujer maravilla, Flash, Linterna verde, Aquaman y Detective marciano), con gran éxito de ventas. En rigor, la primer respuesta de Marvel fue crear Los 4 fantásticos (Señor elástico, Mujer invisible, Antorcha humana y La mole), pero la verdadera reunión de héroes preexistentes se daría con Los vengadores. En esa primera época, los "fundadores" del equipo de superhéroes eran Thor, Iron man, Ant man, Avispa y Hulk, y con el correr de los años se irían reclutando otros a la franquicia. De hecho, los aquí presentes Capitán América y Ojo de halcón entrarían al equipo más adelante, y Viuda negra recién en los años setenta.
La idea de llevar adelante esta película viene desde hace al menos seis años. Marvel Studios obtuvo una subvención por 525 millones de la compañía financiera Merril Lynch, y desde entonces se abocó a establecer las bases fundacionales. En el año 2008 se filmó la primera Iron man y, luego de los títulos de crédito finales, hacía aparición un Samuel L. Jackson ataviado por primera vez como Nick Fury, en su reclutamiento para lo que sería un emprendimiento sin precedentes. Luego vino El increíble Hulk, también en 2008, Iron man 2 en 2010, Thor y Capitán América en 2011. En las tres últimas aparecía Nick Fury anticipando de alguna manera esta película y la posterior reunión de todos ellos.
Las estrategias para captar audiencia y promover la ansiedad del público se han vuelto una pieza fundamental para la industria hollywoodense. La gran apuesta a las primeras semanas de estreno, antes de que la piratería comience a fluir, requiere de una publicidad previa que puede desplegarse hasta años antes, como es éste el caso. No es desacertado pensar en esta película, Los vengadores, como un plan muy inteligente y como una apuesta monumental de energías, de tiempo, de dinero: Iron man costó 140 millones de dólares y su secuela 200, Thor y El increíble Hulk, 150 millones, Capitán América 140. Todas obtuvieron réditos más que sustanciales. Los vengadores costó más que ninguna: 220 millones -a lo que habría que calcular un centenar de millones más por concepto de publicidad- por lo que pasaría a ser la más cara del universo marvel, y una de las diez películas más costosas de la historia del cine. Con una semana de estreno en cines la cifra ya fue recuperada, y se estima que para el sábado la recaudación ascenderá a cerca de los 500 millones.


Un desconocido en acción. Pero la apuesta más curiosa en esta película es el haberse jugado por el director Joss Whedon, un director totalmente inexperiente en lo que refiere a largometrajes multimillonarios. Había guionizado y dirigido series de éxito (Buffy la cazavampiros, Angel, Firefly y Serenity) y escrito los guiones para algunas películas -incluso se dice que fue él quien tuvo el buen criterio de impedir, como co-guionista, que Toy story fuese un musical- pero ningún precedente que se acerque a este megaemprendimiento. La incorporación a filas de este casi-desconocido fue uno de los mayores aciertos.
Las expectativas son colmadas; lo que el público busca ver aquí es precisamente lo que esta película da. Acción, humor, superhéroes haciendo cosas de superhéroes -como salvar al mundo y otras pequeñeces- grandes presencias, grandes despliegues visuales, grandes amenazas, grandes contraofensivas. El que merece las palmas antes que nadie es Robert Downey Jr. quien logra una vez más al personaje más carismático del cuadro. El actor, también protagónico de la saga  Sherlock Holmes, ocupa hoy un puesto preponderante en el cine de entretenimiento familiar, pudiendo presumir, como Harrison Ford (Star Wars, Indiana Jones) y Ian Mc Kellen (El señor de los anillos, X-Men) de estelarizar dos franquicias de éxito simultáneamente.
Lo cierto es que toda la incorrección, la arrogancia, el egocentrismo y la genialidad del multimillonario Tony Stark vuelven a Iron man el superhéroe más desenvuelto y divertido. En un segundo lugar, aunque quizá no tan alejado, se encuentra otro gran acierto de casting, Mark Ruffalo como Hulk, una amenaza latente incluso para el mismo equipo, un incontrolable enlatado de TNT que podría destaparse en cualquier momento. La calma contenida de Ruffalo, su condena vital y su doble condición lo vuelven un personaje tan adorable como temible, y cada transformación en la imparable mole verde llama a la incondicionalidad inmediata. En un tercer lugar, la bellísima Scarlett Johansson es la asesina furtiva Viuda Negra, una de las superheroínas que no tiene poderes especiales sino pura y llana destreza corporal, más entrenamientos en las más diversas áreas.

La acción al servicio de la historia. Precisamente uno de los puntos que los realizadores debían cuidar es que ninguno de los personajes sobresaliera demasiado, que cada cual estuviera dosificado lo justo, de modo de no opacar a los otros ni defraudar a los fans. Ninguno queda mal parado, todos tienen asignada una buena cantidad de metraje y diálogos y un desempeño crucial en la acción. La película regala, además, enfrentamientos entre ellos que oscilan entre lo desternillante y lo simplemente brutal, logrando que el infantilismo de algunos personajes se convierta en parte esencial del conflicto general. Iron man busca pelea con Capitán América constantemente, Thor se pelea con todo y todos y sus feroces contiendas con Iron Man y Hulk son inolvidables, y el encuentro final de este último con el archivillano de turno va directamente a la antología. Además de mantener la acción a gran escala en un punto siempre alto, el director Wheddon se las ingenia para que el accidentado desenlace a través de las calles de Manhattan sea tan impactante como caótico, y para lograr un notable plano secuencia que sobrevuela la contienda, en el cual se exhiben a los distintos personajes en acciones simultáneas.
Si bien la anécdota es de manual y no hay nada novedoso en ella -el malo que quiere dominar al mundo, hacerse de una fuente de poder ilimitado y volcar en la tierra un ejército horrendo, y los vengadores que salen unidos a detenerlo- quizá el acierto esté en que se haya apostado al humor, que no se busque la solemnidad, que se confíe en la simpatía personal de los personajes, en sus diálogos, en que los efectos especiales estén subordinados a la historia y que no sean un fin en si mismos. Es verdad, no hay contenidos ocultos más que algún guiño para fans, no existe la posibilidad de encontrar múltiples lecturas en la línea argumental ni tampoco puede verse una intención de conducir el género hacia nuevos caminos. Pero Los vengadores goza de una frescura particular y despierta un placer poco frecuente: el de asistir a una historia clásica bien narrada, bien montada y bien resuelta; con el poder y la convicción de gente que sabe lo que busca y cómo transmitirlo.

Publicado en Brecha, el 4/5/2012