miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cine social

El entramado y su densidad


El cine social siempre cumplió un rol esencial de acercar realidades, impartir enseñanzas, generar conciencia y, de paso, denunciar determinadas injusticias. Suele servir también como registro histórico, ya que muchas veces se vuelve un excelente reflejo de las circunstancias sociales y políticas pertenecientes a una época. En los últimos años el registro ha dado obras sobresalientes y variadas, entre las que cabe destacar Entre los muros (Cantet), Tropa de elite (Padilha), Taare zameen par (Khan), Tokyo sonata (Kurosawa), Naturaleza muerta (Jia), Secret sunshine (Lee), Persépolis (Satrapi), Serbis (Mendoza), Cuscús (Kechiche), Offside (Panahí), Anjos do sol (Lagemann), La nana (Silva) así como la obra de los hermanos Dardenne (El hijo, El silencio de Lorna). Un detenimiento en tres obras fundamentales y de estreno reciente puede ayudar a comprender algunas de las nuevas dimensiones de esta clase de cine.

El cine argentino últimamente ha transitado paralelamente un registro de género -policial sobre todo- y al mismo tiempo un cine realista y costumbrista. Ambas tendencias parecen unirse en Carancho: el perfil más oscuro y truculento del universo del policial negro, y una realidad social que recuerda a los cuadros marginales de Adrián Caetano. El valerse de los parámetros de éxito de un género popular sirve para que la audiencia se vuelva incondicional, y asimismo la película tiene el mérito de dar a conocer ese submundo real de aves carroñeras que se sirven de la desgracia ajena para utilizarla en su propio beneficio. El carancho del título refiere al protagonista -encarnado por Ricardo Darín- un abogado que tiene la capacidad de aparecer de inmediato y como por arte de magia en los sitios exactos donde tienen lugar los accidentes de tránsito, para ofrecerles sus servicios a los damnificados y extraerles grandes sumas a las aseguradoras. Así la película expone, como el mejor cine social, una realidad desconocida para la amplia mayoría de los espectadores.

Adiós Solo, por su parte, es una película independiente norteamericana dirigida por Rahmin Bahrani, un director iraní que cuenta la historia de un taxista senegalés y su encuentro con un septuagenario amargado, en la que el anciano pide los servicios del primero para poder suicidarse. Lo que llama la atención de este par de sujetos es que, ante todo, llaman al rechazo. Su primer impacto es negativo; despiertan incomodidad. El taxista, sonriente y verborrágico, parece un estafador y un mercachifles, y la desconfianza hacia él se acrecienta cuando se dan a conocer sus vínculos con traficantes y delincuentes de poca monta. El hombre mayor es introvertido y antipático, cuando no directamente ordinario y desagradable. Aquí el descomunal e impredecible mérito de la película está en lograr despertar, paulatinamente, empatía y adhesión hacia este par de individuos. Y ese es uno de los mayores logros del cine social: acercar, humanizar y descubrir vínculos y afinidades donde no parecía que existieran.

El director chino Jia Zhang-ke es el cineasta de la actualidad que mejor ha documentado el paso del tiempo y la transformación social y cultural de las últimas décadas. Sus películas de ficción tienen una registro casi documental, y sus documentales parecerían ficcionados. En cualquier caso, sus películas reflejan el estado de desorientación que se vive en las grandes ciudades ante los cambios que traen aparejados la modernización económica y el capitalismo descontrolado, las catástrofes urbanas y las nuevas formas de explotación laboral. Las películas de Jia no son sólo un testimonio de lo que ocurre hoy en China, sino que además plantean reflexiones en torno a realidades que se viven a nivel global. El brutal documental 24 city se centra en una antigua fábrica estatal de Chengdu que cierra, y en cuyo lugar será erigido un inmenso complejo de edificios de lujo; en este entorno, se recogen los testimonios de trabajadores y relativos a la fábrica y se da cuentas de hasta qué punto este proceso cambia radicalmente la vida de la comunidad. Y es que el cine social más sabio lleva a pensar el entramado sin desestimar su enorme densidad y complejidad.

Publicado en revista "Noteolvides" setiembre 2010.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Cinco minutos de gloria (Five minutes of heaven, Oliver Hirschbiegel, 2009)

Heridas abiertas


La UVF (Fuerza voluntaria del Ulster) fue hasta hace poco tiempo un violento grupo paramilitar de Irlanda del Norte, leal a la corona británica. Sus integrantes eran unionistas, anglicanos y conservadores y, al igual que los de otras organizaciones paramilitares -la UDA, la OV- perpetraron centenares de asesinatos contra civiles católicos, ya que veían en ellos una amenaza y los asociaban con la Irlanda independiente. En Lurgen, en octubre del año 1975, el adolescente Alistair Little, de 17 años, ejecutó a su vecino católico Jim Griffin, como forma de ganar prestigio y asegurarse la entrada a la UVF. Luego de cumplir una condena de 12 años Little, arrepentido, se dedicó a viajar por el mundo predicando activamente por la no-violencia.
A partir de estos hechos reales, el guionista británico Guy Hibbert (que ya había escrito varios libretos relacionados con el conflicto) imaginó una instancia hipotética: qué pasaría si Little se encontrara hoy cara a cara con el único sobreviviente de la familia Griffin. Así esta película expone los hechos ocurridos en 1975 y plantea asimismo un reality-show televisivo en el que se enfrentarían por fin, luego de treinta y tres años, el victimario y la víctima indirecta. Los dos se muestran como personajes traumatizados y agobiados por su pasado, y los dos acceden a concretar el insólito encuentro, aunque pronto sabremos que por razones muy distintas: mientras Little busca redimirse, Griffin planea concretar su venganza asesinando frente a cámaras al verdugo de su hermano.
El director alemán Oliver Hirschbiegel (El experimento, La caída) ya había demostrado su habilidad para exponer situaciones incómodas, claustrofóbicas y prácticamente irrespirables, y gracias a esa impronta Cinco minutos de gloria es una película recargada y sumamente intensa. Largos primeros planos generan un atípico involucramiento con ambos personajes, y mediante repentinos flashbacks se sugieren sus pensamientos en los momentos más angustiosos. Liam Neeson (Little) y James Nesbitt (Griffin) logran protagonistas convincentes, y la desmesurada ansiedad y el palpable desequilibrio del último vuelven su sola presencia un poderosísimo elemento de tensión. También brilla especialmente Anamaria Marinca (4 meses, 3 semanas, 2 días), como casual confidente de ambos personajes.
El programa de televisión se muestra como el vehículo banalizador por excelencia, en su pretensión de buscar “verdad” y “conciliación” mediante un forzado encuentro frente a cámaras. Pero los realizadores supieron alejarse de esa ingenuidad y dar cuentas, con notable poder de sugerencia, que la cicatrización de las heridas de una guerra centenaria, la superación, la reparación y la reconciliación son instancias difíciles, sumamente improbables y prácticamente idílicas. Que no es verdad que el tiempo lo cure todo, que el perdón puede parecerle a muchos una palabra absurda, y que las espirales de violencia causan, en el entramado social, estragos inimaginables.

Publicado en Brecha el 24/9/2010

Resident evil 4 - La resurrección (Resident evil: Afterlife, Paul W. S. Anderson, 2010)

El peor capítulo

El término anglosajón spin-off refiere a un proyecto nacido como extensión de otro anterior, y suele aplicarse al cine para nombrar una película que surge tomando ideas o personajes existentes. El director Paul W. S. Anderson desde hace años que se dedica a filmar casi exclusivamente spin-offs, ya sea en la resurrección de sagas existentes (Alien vs depredador), la remake (Death race) o haciendo películas basadas en videojuegos (Mortal Kombat, Resident evil y esta Resident evil: la resurrección). Siempre hizo películas parecidas: de acción que oscila entre la ciencia ficción y el terror, con variadas dosis de gore, y casi siempre inmersas en entornos futuristas, con tecnologías de punta, estructuras arquitectónicas compactas, espejadas y posmodernas. Sus personajes, muy vistosos, lucen armas sofisticadas y están perfectamente peinados y nutridos a pesar de las adversas circunstancias que supuestamente atraviesan. Anderson es un artesano bastante mediocre que supo construirse un perfil definido, y dentro de todo, algunas de sus películas se dejaban ver y funcionaban como entretenimiento fugaz: La nave de la muerte, Resident evil, y Alien vs. Depredador.
Por su parte la saga de Resident evil tuvo algún momento de dignidad. La primera tenía buenos climas y transmitía cierta sensación de enclaustramiento al estilo Alien, pero la segunda era un producto totalmente rutinario e insulso, de consumo rápido y olvido inmediato; la tercera volvía a levantar un poco el nivel y supo ofrecer su cuota de zombies hambrientos de tripas y matanzas masivas, más algún sobresalto, buenas atmósferas, alguna buena escena de acción, un enfrentamiento final contra un monstruo grandote y desagradable y por supuesto, a Milla Jovovich desmembrando a unos cuantos fiambres ambulantes. Lo curioso de esta nueva entrega es que ni siquiera parece cumplir los requisitos básicos que los consumidores habituales suelen exigir al género: aquí los zombies son sólo una impersonal y circunstancial amenaza que ni siquiera se ve muy seguido, y cuando aparecen son bajados a balazos sin ninguna sorpresa ni dificultad; no se logra generar tensión ni miedo en ningún momento, básicamente porque no existe un conflicto bien definido ni personajes con los que valga la pena identificarse; tampoco hay una trama sólida que seguir, la cinta empieza abruptamente continuando el irrecordable final de la anterior entrega y termina de la misma manera, en un corte a créditos que parece tan arbitrario como el comienzo. Es muy difícil establecer dónde está la presentación, el nudo y el desenlace, y eso que la película parecería pretender una linealidad clásica. Aunque más que una película parece un extracto, un mal capítulo de una serie que quizá tenga algo que ofrecer, en próximas entregas.


Publicado en Brecha el 17/9/2010

lunes, 13 de septiembre de 2010

Kick-Ass (Matthew Vaughn, 2010)

Dulce y despiadada


Lo primero que llamará la atención a muchos espectadores es el tono desenfadado, libre y volátil con que una película de superhéroes norteamericana exhibe la violencia y verbaliza cuestiones relativas al sexo. Quizá por ser una coproducción inglesa-norteamericana y no haber sido producida desde las grandes compañías, quizá por no haberse pensado para recaudar ganancias multimillonarias, y seguramente por no haber sido concebida como entretenimiento familiar, aquí las heridas sangran, las espadas dañan y destrozan, los balazos atraviesan los cuerpos salpicando hemoglobina. Puede parecer un aspecto banal, pero muchos estábamos un tanto hartos de que en las películas del género los personajes se golpearan y masacraran durante un buen tiempo sin que se viera ni una sola gota de sangre. Y más atípico aún es que aquí haya un superhéroe adolescente que utilize buena parte de su tiempo vital en masturbarse, o que él y sus pares hablen de sexo con absoluta gracia y naturalidad.
Claro que estos son detalles que a lo sumo podrían aportarle a una película un toque atractivo y bizarro, y los verdaderos méritos de Kick-Ass se encuentran en otro lado. El director británico Matthew Vaughn es relativamente desconocido -había filmado tan sólo dos largometrajes que pasaron desapercibidos: Stardust y Layer cake- y logró aquí una divertidísima sátira/homenaje (toda sátira es al mismo tiempo un homenaje) al cine de superhéroes, donde el protagonista se arriesga a sublimar su fantasía de ser un paladín de la justicia, pero choca brutalmente contra la más despiadada realidad. Vaughn logra una superficie terrenal, donde los miedos están aterrizados, los golpes se sienten y duelen, y el personaje adolece, según sus propias palabras, de la “perfecta combinación de optimismo e ingenuidad” para abocarse a una iniciativa demencial. Y por supuesto que este terreno realista será anárquicamente destrozado en mil pedazos con la aparición de los superhéroes. Vaughn logra, además, despertar carcajadas y a los pocos minutos un nerviosismo sistemático; el ritmo es endiablado y el montaje paralelo permite que se acumulen tensiones simultáneas. Una divertidísima trama romántica corre al mismo tiempo que una grave y seria, en la cual campea la traición y la muerte.
Y un dato no menor es la excelente composición de personajes; algo que demuestra, quizá mejor que ningún otro detalle, el magnífico dominio del medio del director. Hasta un matón que aparece fugazmente y será eliminado a los pocos segundos se vuelve un personaje memorable gracias a los gestos, el lenguaje corporal, la espacialidad, el montaje y el lugar que el director-coguionista le otorga dentro del relato. Ya podría hablarse de un nuevo cine que entrecruza la mejor comedia norteamericana con lo mejor del cine de géneros mundial, y que este último año ha generado un tríptico fundamental, inesperadamente disfrutable y querible: ¿Qué pasó ayer?, Zombieland y esta grandiosa Kick-Ass. Como para reconciliarse con el cine norteamericano.


Publicado en Brecha el 10/9/2010

jueves, 9 de septiembre de 2010

El aprendiz de brujo (The sorcerer's apprentice, Jon Turteltaub, 2010)

Cátedra de ineptitud

¿Qué es esta bazofia? ¿Y por qué será que estos tanques infumables todavía tienen cabida en la cartelera montevideana? El aprendiz de brujo vendría a ser el refrito cuadragésimo octavo de una inacabable serie de películas de batallas milenarias entre el bien y el mal, profecías que auguran el fin del mundo y que están a punto de concretarse –en el medio de la Nueva York actual, naturalmente- y un nuevo e inesperado mesías que apareció para salvar al mundo. Todo aderezado con un humor infantilizante de golpe y porrazo, enfrentamientos múltiples y efectos especiales millonarios, y todo sin una pizca de imaginación.

No es solamente que la película carezca de energía y corazón, que la banda sonora sea espantosa, que la trama sea predecible en su totalidad, que Nicholas Cage esté impresentable, que su aprendiz (Jay Baruchel) se crea carismático pero despierte instintos homicidas, que las escenas de acción sean pura rutina y que las dos tramas románticas tengan menos química que una visita al gastroenterólogo. El mayor problema es que no debe haber ni una línea de diálogo que no sea un bochornoso cliché. Ejemplos aislados: “¿Has oído que las personas sólo usan el 10% de su cerebro?; los hechiceros son muy poderosos porque son capaces de usar toda la fuerza de su cerebro.”; “los civiles no deben saber que la magia existe”; “no controlarás la magia si no aprendes a controlarte a ti mismo, tienes que dejar de preocuparte y empezar a creer en ti”; o ese sufrido “tú no sabes lo que es vivir un infierno”. Y lo peor es que todas estas frases se pronuncian en tono sentencioso y grandilocuente, como si fueran originales, reveladoras e insustituibles.

Las referencias a otras películas son de perogrullo, hay al menos tres referencias a Star Wars que pretenden ser guiños para entendidos, y otras tantas solapadas que más bien parecen obedecer a una radical falta de ideas. Hay un accidentado embrujo a escobas y trapeadores igual que en Fantasía o La espada en la piedra. Los magos se tiran bolas de plasma a lo Dragon Ball, hay un hechizo maligno final que resucita muertos como en Hellboy 2, al igual que en Matrix el elegido desarrolla poderes por fuera de los contextos imaginables. El director Jon Turteltaub quizá no sea el peor director hollywoodense de la actualidad -Michael Bay construyó una gran escuela de ineptos- pero sí uno de los más burocráticos: difícil recordar alguna escena de sus películas Fenómeno, Instinto o El chico.

El problema con El aprendiz de brujo no es que sea defectuosa por donde se la mire, sino que además tampoco se vuelve divertida por ser tan mala. Es involuntariamente aburrida cuando pretende entretener, y al ser pura monotonía y repetición, no tiene nada que pudiera llamar la atención a un adulto. Quizá algunos niños queden encandilados con tanto derroche en fuegos de artificio, pero difícilmente guarden en sus memorias algún fragmento de este monótono pastiche.

Publicado en Brecha el 3/9/2010