jueves, 24 de junio de 2010

Porno feminista

El sexo en construcción

Como contrapartida a la pornografía dominante y a su producción comercial, monótona, insulsa, impersonal e ideada desde una óptica masculina, una nueva camada de directoras concibe material pornográfico con creatividad, afán innovador y nuevas y frescas perspectivas.

Desde su concepción, Dirty diaries levantó polémicas. Las más inmediatas surgieron a raíz de que la película fue financiada con fondos públicos, ya que el proyecto fue subvencionado por el gobierno sueco con 69 mil dólares gracias a la decisión del Swedish film institute. Las protestas fueron encendidas e inmediatas: que se estaba utilizando el dinero de los contribuyentes para financiar pornografía, y que allí se exhibía homosexualidad y se festejaban toda clase de perversiones. Los demócratas cristianos se hicieron oír, y Beatrice Fredriksson, miembro del Partido moderado y autora del blog Anti Feminist Initiative calificó a la subvención como una hipocresía, ya que la pornografía mainstream nunca hubiera recibido el mismo apoyo financiero. También se oyó alguna voz escéptica, como la de la cineasta feminista Suzanne Osten, quien manifestó su opinión de que la pornografía es de por sí cosificante y que la expresión “porno feminista” es un oxímoron.
El director del Swedish film institute señaló que la financiación fue dada porque la película apunta a una nueva aproximación en la representación de la sexualidad femenina. En la prensa, las voces defensoras de la subvención señalaron que los valores detrás de la película son interesantes y radicalmente diferentes a las de la pornografía mainstream. Cuando su estreno en setiembre del año pasado, la crítica sueca estuvo dividida: hubo quien elogió los cortos como “divertidos, estimulantes y excitantes” y algún amargado los calificó como “aburridos, feos y más bien artísticos”.
Grandes diferencias. Dirty diaries es un largometraje compuesto por trece cortos, recopilados por la documentalista Mia Engberg y dirigidos por distintas artistas mujeres que aportan miradas y que conciben con energía y creatividad la clase de porno que a ellas les hubiera gustado ver pero que no puede encontrarse en el mercado (ver apartado “Manifiesto Dirty diaries”). Engberg aclaró desde un principio: "Se trata ante todo de mostrar la sexualidad desde el punto de vista de las mujeres. La película no está hecha para satisfacer a un público masculino ni para hacer dinero". Las diferencias con la pornografía dominante saltan a la vista: aquí no hay siliconas, ni hombres superdotados, ni bellezas de revista, ni frases obvias que subrayan lo que puede verse. Los énfasis están puestos en los preliminares y no tanto en los coitos, hay mucho detenimiento en las texturas de la piel, las cámaras escrutan desde muy cerca los cuerpos, registrando su geografía y el contacto sensitivo. En muchos casos no se sabe cuál de los implicados le está besando qué parte del cuerpo a la otra persona, y esta incertidumbre juega a favor de la sugerencia y de los climas. También llama la atención la presencia de vellos púbicos, algo más bien escaso en el porno reciente, y hasta en algún momento pueden verse atractivos vellos en alguna axila femenina.
En la amplia mayoría del cine porno el sexo termina con una vistosa eyaculación, pero aquí no hay ni una sola, y si quizá exista algún orgasmo masculino, no hay esperma desparramado como muestra visible de hombría y territorialidad. Aquí las que marcan el final son las mujeres, y de acuerdo a sus propias y cambiantes exigencias. Tampoco se pueden ver coitos filmados en largos planos detalle, esos inacabables e impersonales "mete-saca" similares a un pistón en movimiento contínuo. La cámara no parece centrarse en los genitales sino en todo el cuerpo, hay mucha fricción, muchos roces, jugueteos varios, y a veces hasta alguna pequeña charla introductoria que permite entrar en sintonía con los personajes implicados.
Pero esto no quiere decir que estas directoras hagan un porno soft ni poco osado. Por ejemplo, Authority es un corto de sadomasoquismo lésbico, y Brown cock podría herir alguna sensibilidad ya que se exhibe una masturbación femenina en la que una chica le introduce un consolador y finalmente una mano entera en la vagina a otra, mientras se oyen los jadeos y gritos orgásmicos de la mujer penetrada.
Uno de los mejores cortos de la película es Skin, en el que una pareja heterosexual envuelta en una funda color piel comienza los preliminares, besándose y frotándose a pesar de estar totalmente cubiertos -y separados- por una fina tela elástica. Más adelante comienzan paulatinamente a cortar, con una tijera, partes parciales de esa funda -las que cubren la boca, los genitales- y continúan de esa manera. Finalmente destrozan lo que queda de la tela y, como dios manda, terminan con lo que empezaron.
Otro de los puntos altos es Body contact, en la que una chica charla con la camarógrafa mientras programa por internet una cita sexual con un desconocido. Cuando el hombre llega, se ve intimidado por la presencia de la cámara y ambas mujeres le explican que el plan es filmarlo mientras tiene relaciones. El dice que tendrían que haberle avisado antes y que de ninguna manera; ellas le insisten e intentan convencerle. Luego de idas y venidas por fin accede, pero toda esta intro sirvió para generar simpatía con ambos implicados. Terminado el corto los títulos darán cuenta de que los personajes eran interpretados por actores, pero la ilusión de verosimilitud es perfecta.
También está muy bien concebido Red like cherry, donde otra vez hay mucha sugerencia, texturas y un acercamiento extremo. Un rojo intenso domina todo, y la imagen es muchas veces borrosa. Los jadeos armonizan con la música, lográndose una atmósfera experimental muy atractiva. Más llamativo es Flasher girl on tour, en el cual la chica del título da rienda suelta a sus fantasías exhibicionistas, desnudándose o masturbándose en diferentes lugares públicos. Por su parte, On your back, woman muestra lo que vendrían a ser los preliminares de los preliminares: un montaje paralelo en que se muestran los juegos de manos de cuatro parejas de lesbianas que intentan, muy sueltas de ropas, aplastarse, dominarse, inmobilizarse la una a la otra, con impactante carga erótica.
Pero seguramente la pionera del género ha sido la también sueca Erika Lust. Licenciada en ciencias políticas, especializada en feminismo, ha creado películas pornográficas con argumento, guión, algo de humor, y personajes con historias y motivaciones. Sobre el porno dominante, ha dicho que los guiones son pésimos y que “es difícil dar con una mujer con la que podamos identificarnos y que escape a los estereotipos. Se ven lolitas, adolescentes cachondas, amas de casa desesperadas, enfermeras dispuestas”. Explicando su cine afirma que “a las mujeres nos importa entender lo que está pasando, quiénes son estos personajes, por qué están ahí, si sienten pasión el uno por el otro, por qué tienen sexo”. Entre las películas de Lust se destacan Cinco historias para ellas y Life love lust.
Las iniciativas de Engberg y Lust ya parecen haber hecho escuela, pues hay focos incipientes de porno feminista asomando en la web, por doquier. Y no han sido pocos los hombres que también han demostrado interés por una propuesta pornográfica que, por fin, se muestra como algo realmente novedoso y alternativo.

Manifiesto Dirty diaries

1. Hermosos como somos
¡Al diablo con los ideales de belleza enfermos! El profundo odio a uno mismo mina la energía y la creatividad de las mujeres. La energía que podría enfocarse en explorar nuestra propia sexualidad y poder es drenada por la cosmética y las dietas. No dejes que los poderes del comercio controlen tus necesidades y deseos.

2. Pelea por tu derecho a ser caliente
La sexualidad masculina es vista como una fuerza de la naturaleza que debe ser satisfecha a cualquier costo mientras que la sexualidad de la mujer es aceptada sólo si se adapta a las necesidades del hombre. Sé caliente en tus propios términos.

3. Una chica buena es una chica mala
Nos alimentan con el cliché cultural de que las mujeres independientes y activamente sexuales son locas o lesbianas y por lo mismo locas. Queremos ver y hacer películas en las que Betty Blue, Ofelia y Thelma y Louise no tengan que morir al final.

4. Aplasta al capitalismo y al patriarcado
La industria del porno es sexista porque vivimos en una sociedad patriarcal y capitalista, que saca ganancias de la necesidad de sexo y erotismo de la gente, y las mujeres son explotadas en el proceso. Para pelear contra el porno sexista debes aplastar al capitalismo y al patriarcado.

5. Tan asquerosas como queramos ser
Disfruta, toma el control y déjate ir. Dí no cuando quieras, para ser capaz de decir si cuando tú quieras.

6. ¡El aborto legal y libre es un derecho humano!
Todos tienen el derecho de controlar su propio cuerpo. Millones de mujeres sufren de embarazos no deseados y mueren por abortos ilegales cada año. Que se joda el derecho moral por predicar en contra del control natal y la información sexual. Mal que mal la sobrepoblacion mundial es un problema que tendremos que enfrentar mas temprano que tarde. Para qué traer gente a este mundo si no es en un ambiente propicio y en el que se le desee.

7. ¡Pelea con el verdadero enemigo!
La censura no puede liberar la sexualidad. Es imposible cambiar la imagen sexual de la mujer si las imagenes sexuales en sí mismas son tabú. No ataques a las mujeres por desplegar el sexo. Ataca al sexismo por tratar de controlar nuestra sexualidad.

8. Mantente misterioso
Mucha de la oposición al erotismo es homofóbica, y aún más, transfóbica. No creemos en la lucha entre los sexos sino en la lucha en contra de los sexos. Identifícate con cualquier género que quieras y hazle el amor a quien quieras. La sexualidad es diversa.

9. Usa protección
“No estoy diciendo sal y hazlo, pero si lo haces, envuélvelo antes de encajarlo.” (Missy Elliot)

10. Hazlo tú
El erotismo es bueno y lo necesitamos. Verdaderamente creemos que es posible crear una alternativa a la industria del porno haciendo películas sexy que nos gusten.


Publicado en Brecha el 25/6/2010

viernes, 18 de junio de 2010

El cine de Werner Herzog

Amor por el caos

“El cine no es un arte de escolares sino de iletrados, y la cultura fílmica no es análisis, es agitación de la mente. Las películas nacieron de las ferias del pueblo y los circos, no del arte y el academicismo"


En el documental sobre el verano austral antártico Encuentros en el fin del mundo hay una escena sobrecogedora, que sólo ella paga todo el resto de la película y resume varias de las principales inquietudes del director alemán Werner Herzog. Las cámaras se centran en un bando de pingüinos que se separó de su colonia en busca de agua, pero de pronto comienzan a captar a uno en particular que emprende una caminata opuesta a la del resto, y se lo puede ver alejándose, corriendo, en dirección a un desierto helado y a las montañas que se pierden en el horizonte, a setenta quilómetros de distancia. Un especialista asegura que si lo atrapa y lo intenta llevar de vuelta a la colonia, ese mismo pingüino vuelve a emprender su demencial escape hacia las montañas, y hacia una muerte segura.
Los individuos de comportamientos atípicos extremos, la magnificencia impávida de la naturaleza y la deliberada transgresión a los límites de lo comprensible y lo imaginable son los elementos que recorren de principio a fin la trayectoria fílmica de Herzog. Su obra es descomunal, poderosa e impredecible, y hoy ya supera el medio centenar de películas. También ha tenido cierta irregularidad: este cronista apenas vio 22 de sus películas, entre las que se cuentan tres obras maestras (Aguirre, la ira de Dios, Fitzcarraldo y Grizzly man), una decena de obras muy atractivas y memorables, y un resto que va de lo bueno a lo aceptable. Pero aun las más flojas de todas (Cobra verde, The Wild Blue Yonder) tienen sus poderosos puntos de interés. Es difícil, quizá imposible, dar con una película mala de su autoría.
A fines de los sesenta Herzog fue considerado uno de los integrantes clave del nuevo cine alemán, junto a Wenders, Fassbinder y Schlöndorff, pero él nunca vio al movimiento como algo cohesivo, ni se sintió parte de él. Ya a los 20 años fundaba su propia productora, Herzogfilmproduktionen, y en 1968 terminaba su primer largometraje, dejando entonces ya varias de sus marcas autorales: una aproximación reposada, naturalista, cercana al documental, pero en la que también se planteaba una situación atípica, en un entorno inhóspito y con un protagonista absolutamente disfuncional, rayando en la locura.
El cine de Herzog nace del asombro y el deslumbramiento, suele ser incómodo, su textura es rugosa y puntiaguda y no fluye apaciblemente sino que, por el contrario, se impone abruptamente, descoloca e hipnotiza con su extrañeza y su magnificencia. Se planta en terrenos caóticos y hostiles que oprimen y perturban a sus criaturas. Durante el rodaje de Signos de vida los actores tuvieron que soportar, como los personajes, un calor abrasador; y cuando la filmación de Aguirre, la ira de Dios, Herzog hizo caminar a los actores quilómetros a través de la selva para que en la pantalla se vieran lo suficientemente exhaustos. Sus protagonistas, aquejados por la pesadez climática y existencial, transitan con dificultad y a menudo sufren dolencias o molestias físicas.
Pero quizá las mayores fijaciones de Herzog son las hazañas descomunales, los momentos en que la racionalidad se desvanece y el absurdo se impone. La lucha contra los elementos, la persecución de una quimera que inevitablemente conduce a la muerte y el brutal vuelo poético generado en este movimiento. No es un cine del desencanto –para ello Herzog tendría que haber estado encantado alguna vez–, sino que más bien aparenta una inclemente sinceridad, y hasta permite intuir cierto amor soterrado por tanta desmesura, desorden y caos.

“(Klaus) Kinski dice que la naturaleza está llena de erotismo. Yo no veo mucho de erótico; lo que veo es algo completamente obsceno. Es la esencia violenta de la naturaleza (...) veo fornicación, asfixia, estrangulamiento y lucha por la supervivencia, crecimiento, putrefacción. Por supuesto, hay mucho sufrimiento; el mismo sufrimiento que nos rodea. Los árboles son miserables, los pájaros son miserables, no creo que canten, sino que se retuercen de dolor.”


Cuidadoso respeto. Se ha dicho que Herzog es uno de los más grandes directores de exteriores de la historia. Y la afirmación no parece exagerada en absoluto. Como Kurosawa, Malick, Miyazaki o Lisandro Alonso (este último es un confeso fan del cineasta alemán), tiene un talento especial para darle a la naturaleza un papel primordial, abrumador, como si se tratase de un personaje más. Sobresale su buen ojo para encuadrar, y la forma magistral en que planifica planos secuencia lentos e inmersivos, en los que el espectador pierde conciencia del movimiento de la cámara gracias a la hipnótica fascinación transferida mediante el descubrimiento.
La visión que tiene de la naturaleza es terrible. Descree de la armonía y la perfección, y suele enfatizar en la subyugante hostilidad de todo ambiente natural. “La vida en el océano debe ser un perfecto infierno. Un vasto e impiadoso infierno de peligro inmediato y permanente. Tan infernal como para que durante la evolución algunas especies –el hombre incluido– reptasen hacia algunos pequeños continentes de tierra firme, donde continúan las lecciones de oscuridad.” Su amor por la naturaleza dista del panteísmo y la veneración, y quizá sería mejor descrito como de cuidadoso respeto.
Herzog no tiene igual en cuanto a la variedad de locaciones para sus filmes, y cualquier lugar remoto e insalubre parece llamar su atención: desiertos, llanuras, picos helados, selvas, desde el cielo abierto al profundo océano, desde el monte Kailash del Tíbet al Valle del Cauca en Colombia, desde el Sahara a los parques naturales de Alaska. Cuando terminó la Guerra del Golfo en 1991, Herzog fue inmediatamente con su equipo técnico a filmar los incendios fluorescentes de los pozos de Kuwait, en una búsqueda desesperada de imágenes únicas.
Para Herzog los efectos especiales son prácticamente una profanación, y es uno de los pocos cineastas en el mundo que apuntan a la espectacularidad y al poderío audiovisual sin echar mano a pirotecnia engañosa. También es cierto que a veces la fascinación evidente que le provocan ciertos paisajes no llega con la misma fuerza al espectador, y en alguna ocasión ha cansado con su detenida aproximación a ciertos ambientes –en Fata morgana, por ejemplo–. No siempre una imagen vale más que mil palabras, y en ocasiones el director no consigue darle un buen ritmo a sus relatos.

“Con frecuencia se me califica como alguien que sólo presenta locos o mutilados, y eso no es cierto: un Kaspar Hauser es alguien que vive radicalmente su dignidad humana. La sociedad proba y burguesa es la excéntrica. Yo tendría mucho cuidado al decir que la locura, la aberración, son necesarias para alcanzar la dignidad humana. Pero entiendo que es necesario ver en el cine la exageración de aquello que somos como hombres.”

El enigma de Kaspar Hauser está basada en una anécdota real. En 1828 fue encontrado en Nueremberg un ser humano que hasta entonces había vivido encadenado a una celda, sin contacto alguno con otros hombres. Un ser que a duras penas caminaba erguido y que se comunicaba mediante sonidos guturales, y al que entonces se le comenzó a enseñar el lenguaje, el arte, algunas nociones de ciencia y de trato social. En la película comienza a cuestionar las imposiciones sociales, las construcciones lógicas y racionales, la fe, el rol de las mujeres. A los ojos de la sociedad, Kaspar Hauser es prácticamente un desvalido, un delirante al que ni vale la pena escuchar. Pero sus reclamos obedecen a una lógica perfecta, esa de la que suelen hacer uso los niños y algunos locos.


Y Herzog parece interesado en la locura como rebeldía desatada, como cuestionador radical de las normas establecidas de orden, comportamiento y convivencia. Su obsesión en este sentido –y cabe decir, su propia locura (véase apartado “Recorriendo los bordes”)– lo llevó a frecuentar a absolutos chalados para filmar sus películas. Por supuesto, el insufrible Klaus Kinski, quien era proclive a arrebatos de violencia desmedida –estuvo a punto de matar varias veces a algunos miembros del equipo de producción y al mismo director–, pero también el esquizofrénico Bruno S, un músico callejero indigente del que nunca sabremos su verdadero apellido ya que quería guardar en secreto su identidad. Ambos nacieron en entornos miserables y fueron almas atormentadas de muy difícil trato, pero varias de las mejores películas de Herzog (Aguirre, Fitzcarraldo, El enigma de Kaspar Hauser, Stroszek –también conocida como La balada de Bruno S–) deben buena parte de su brillo a la presencia de este par de desequilibrados.
No es extraño entonces que Herzog haya apadrinado, por ejemplo, a Harmony Korine, uno de los directores más dementes y malditos que ha visto el cine independiente estadounidense en la última década. Y qué decir de Timothy Treadwell, el ambientalista “adrenalinófilo” que se empeñaba en establecer contacto con los osos grizzlies, y que de tanto buscar ese acercamiento fue literalmente almorzado por uno de ellos. Herzog heredó el metraje filmado por Treadwell, y de allí surgió Grizzly Man, insuperable documental en el cual se intenta un acercamiento a la psiquis del finado.

“Y en esos días los hombres buscarán la muerte, y no la encontrarán, y desearán morir, y la muerte escapará de ellos” (Apocalipsis 9:6, en la apertura de la película Little Dieter Needs to Fly).

El gran salto. En El gran éxtasis del escultor de madera Steiner, Herzog documentaba los saltos suicidas del esquiador Walter Steiner, que continuaba desafiando a la muerte aun después de haber sufrido un accidente y dar de cabeza contra el suelo a 140 quilómetros por hora. En The Dark Glow at the Mountains registró al montañista Reinhold Messner –quien ya había perdido a un hermano en una expedición– en su ascenso, sin oxígeno ni material especializado, a los dos picos Gasherbrum en el Karakórum.
Pero uno de los personajes que más fascinación despertó en Herzog fue el aviador alemán y veterano de la guerra de Vietnam Dieter Dengler. Su vida fue una constante suma de situaciones de riesgo, de las que salió ileso gracias a la casualidad y a su férrea voluntad de enfrentar las adversidades. De pequeño, el pueblo en el que vivía sufrió los bombardeos de los aliados, y un día un avión voló sobre él, ametrallando todo a su alrededor. El pequeño Dieter miró a los ojos al piloto dentro de la cabina, y cuando el avión pasó de largo dio vuelta la cabeza y sus miradas volvieron a cruzarse. Desde ese momento supo que estaba hecho para volar. En los años de posguerra vivió el hambre y la miseria más absolutas, y a los 18 años emigró a Estados Unidos con la intención de alistarse y poder cumplir con su sueño. En su primera misión en Vietnam su avión fue ametrallado y cayó en la selva. Enseguida fue apresado por los vietcongs, torturado de las maneras más crueles y recluido en un campo para prisioneros, del que finalmente logró escapar. Subsistió en la selva durante 23 días, entre insectos, sanguijuelas y otras criaturas que le hicieron la vida imposible, hasta que por fin fue avistado y rescatado por un helicóptero estadounidense. Más adelante persistió en su obsesión por volar, y sobrevivió a otros cuatro accidentes aéreos.
Dengler motivó que Herzog dirigiera dos películas: Little Dieter Needs to Fly, en la que Dieter narra y reconstruye su fatídica historia de supervivencia, y Rescue Dawn, que ficcionaliza esa experiencia. Una vez más, el desafío a la naturaleza y la burla a la muerte se reunían en una misma persona, con gran poder inspirador.
Con 67 años, hoy Herzog sorprende con Un maldito policía, mientras que ya estrenó en festivales el drama horrorífico My Son, My Son, What Have Ye Done, y tiene dos proyectos más en pleno desarrollo. Las pruebas de que tiene energía para rato, y que sigue haciendo lo que se le canta.

Recorriendo los bordes
Al parecer, el rodaje de Los enanos también empezaron pequeños fue muy accidentado. Uno de los enanos del elenco debía subirse al techo de una camioneta en movimiento, pero cayó y fue atropellado por ésta. Milagrosamente, salió sin un rasguño. En otra escena en que los enanos queman flores, el mismo enano se prendió fuego y Herzog tuvo que tirarse sobre él para que no muriera incinerado. El director le prometió a su elenco que si ninguno de ellos moría durante el rodaje, se tiraría desnudo contra un bosque de cactus, para divertirlos. Como finalmente no hubo bajas, cumplió con su palabra y se arrojó corriendo sobre una tupida maleza espinosa. Por lo que cuenta, fue más difícil salir de allí que lanzarse, y aún diez años después aseguró tener espinas incrustadas en las rodillas.
En el documental La Soufrière, Herzog llevó a un reducido equipo a la evacuada isla de Guadalupe para filmar un volcán a punto de hacer erupción, y entrevistar a las dos únicas personas que continuaban en la isla, al pie del volcán, y que no mostraban interés en marcharse. Los gases venenosos pueden verse desde la distancia, y la posibilidad real de que Herzog y su equipo murieran en la iniciativa hacen del mediometraje una obra sumamente insólita.
Aunque menos riesgoso, el rodaje de Corazón de cristal también fue especialmente excéntrico. Herzog hipnotizó a la mayoría de sus actores –con excepción de dos–, obteniendo miradas perturbadas y enajenadas de su reparto. Algunos de los incongruentes diálogos de la película fueron “improvisados” por los actores bajo hipnosis.

Pero sin lugar a dudas la proeza más delirante de Herzog fue transportar a través de una montaña de la selva peruana un vapor de tres pisos y 300 toneladas, para su película Fitzcarraldo. El mismo Klaus Kinski miró la pendiente, al barco y a Herzog, y le dijo que lo que se proponía hacer era imposible, impensable, dictado por la locura. El rodaje fue uno de los más accidentados que ha tenido la historia del cine e incluye muertos, ataques de indios, arranques de violencia e iras desmelenadas por parte de Kinski, más amenazas de muerte, enfermedades contagiosas, motines, sabotajes varios y retrasos que hicieron que la estadía en la selva durara cuatro largos años. Por suerte, estos infortunios quedaron documentados en la película de Les Blank titulada Burden of Dreams, y en el diario de rodaje de Herzog, Conquista de lo inútil.

Herzog-Morris
El excelente documentalista Errol Morris (La delgada línea azul, Nieblas de guerra, Standard Operating Procedure), siendo un joven inexperiente y obsesionado con los asesinos seriales, descubrió en Herzog un referente que compartía muchas de sus inquietudes, y decidió plantearle una propuesta que sabía no iba a poder rechazar. “Creo que una buena manera de presentarte ante Herzog –dijo Morris– es decirle: conozco un asesino serial que estaría interesado en tener una reunión con nosotros.” Así lo llevó a conocer a Ed Kemper, quien había asesinado a sus propios abuelos a los 15 años, y que cuando adulto se dedicaba a levantar chicas en la ruta para matarlas y comérselas. Pero el proyecto conjunto de Morris y Herzog no llegó a buen puerto, aunque sirvió de inspiración al segundo para filmar La balada de Bruno S. Morris daba demasiadas vueltas a su investigación y parecía más empeñado en quejarse de las dificultades que se presentaban a la hora de filmar que en dar término a su obra, por lo que el alemán le apostó que si alguna vez lograba terminar una película se comería un zapato. Cuando en 1980 Morris terminó su documental sobre cementerios de mascotas –la extrañísima Gates of Heaven– Herzog cumplió su promesa. Llamó a la prensa y en la presentación de la película se comió su propio zapato. La hazaña quedó registrada en el documental Werner Herzog Eats His Shoe, de Les Blank, y puede encontrarse un fragmento del mismo en Youtube. “Estoy orgulloso de él (de Morris) y de mí mismo porque lo empujé un poco a esto. Comer un zapato es una tontería, pero valió la pena. De vez en cuando debemos ser lo suficientemente tontos como para hacer cosas así.” Y cierto es que haber impulsado a uno de los mejores cineastas del mundo es un buen motivo para enorgullecerse.

Un maldito policía en Nueva Orleans
Es el barrio que me hizo así

Los reptiles se arrastran por doquier, moribundos. Un lagarto en la carretera causa un gran accidente de tránsito. Una serpiente se desliza sobre el agua marrón y nauseabunda que dejó Katrina. El desborde climático, el caos y la putrefacción se imponen para sintonizar perfectamente con un departamento de policía corrupto hasta la médula, con personajes descarriados y un protagonista infecto.
Esta película tiene el curioso mérito de presentar un antihéroe aun más hijo de puta que el precedente encarnado por Harvey Keitel en Un maldito policía, de Abel Ferrara. Herzog dijo, quizá para acabar con una fastidiosa avalancha de preguntas, que nunca vio la película de Ferrara –algo altamente improbable– y que este filme no debería compararse con el anterior. El título fue resultado de la presión de los productores, que quisieron darle un aire de remake, pero Herzog insistió en agregarle las palabras Port of Call New Orleans para diferenciarlo del precedente.
Nicholas Cage es un teniente de policía que, por haber hecho un acto heroico y loable –quizá el único de su vida–, sufre continuos dolores en su columna. Es inevitable comparar esta película con la otra, ya que el concepto general es similar: el detective trastornado del título entra en una vorágine autodestructiva de consumo de drogas y abusos de poder. Aquí hay, sin embargo, una celebración soterrada por tanto desmadre, y una clara simpatía por este descarriado que se salta todos los procedimientos y transgrede todas las reglas de buena conducta imaginables. Un hombre que quizá alguna vez fue una buena persona, pero que ahora es malo a rabiar, y que deambula, entre alucinaciones, improvisando atropellos con alarmante impunidad.
Cage no para de sobreactuar en ningún momento, pero de todos modos es la película en sí misma la que está desencajada, pasada de rosca. Quizá no trascienda demasiado ni mucha gente se la vaya a tomar muy en serio, pero Un maldito policía en Nueva Orleans es una bizarrada sumamente disfrutable.


Publicado en Brecha el 18/6/2010

martes, 8 de junio de 2010

Las mejores películas (XIV)

El nivel se mantiene, grandes sorpresas me ha deparado el cine en los últimos meses. Las más importantes: una asiática de la que no esperaba mucho, Scorsese que se cargó todas las pilas, y una grandísima película griega (!). No pierdan más el tiempo con series fraudulentas, remakes y tanques-supositorios... es decir, que me hagan caso de una buena vez.

Fish story de Yoshihiro Nakamura (Japón)
Una de las películas japonesas de la década. Se trata de un desordenado y grandioso puñado de historias apasionantes, con un desenlace en común. Ciencia ficción, artes marciales, musical, suspenso, drama y comedia, todo confluye en una obra que es como para quedarse a vivir en ella. Sumamente amena, relatada brillantemente, sorprendente y hasta inspiradora: imprescindible, como quien dice. Dan ganas de verla mil veces.

Shutter island de Martin Scorsese (Estados Unidos)
Una convenientemente aislada cárcel psiquiátrica se convierte en el escenario para un viaje hacia los rincones más oscuros de la mente humana. Climas de pesadilla, mucha paranoia y unas cuantas patadas en el pecho son algunos de los elementos que conforman una de las mejores películas que Scorsese haya concebido jamás. Y por fin, una vuelta de tuerca de las que no se olvidan nunca.

Kynodontas de Giorgos Lanthimos (Grecia)
Tres adultos viven confinados en una casa alejada de la civilización, y sus padres los deseducan, los tratan como si fueran niños y les inculcan miedos mediante métodos conductistas. Un entorno enfermizo y violento, que sorprende e inquieta como pocos. Y una reflexión profunda y inquietante sobre la pedagogía, el poder, el lenguaje, la represión y los temores sociales. No se la pierdan.

Two lovers de James Gray (Estados Unidos)
Un tipo inestable y hastiado del aburrido barrio de Brighton Beach y de la vida que se le impone conoce a dos mujeres. Una de ellas representa la estabilidad emocional y el calor hogareño, la otra, todo lo contrario. Y por supuesto, esta última le atrae mucho más. Acertada, profunda e inteligente, otra obra notable del gran James Gray.

The fantastic Mr Fox de Wes Anderson (Estados Unidos / Inglaterra)
Quién lo hubiera dicho, Roald Dahl por Wes Anderson. El Sr. Zorro necesita hacer algo estimulante en su vida, y resuelve revivir épocas pasadas robando gallinas, patos y pavos, pero a lo grande. Sus vecinos granjeros son tan agradables y simpáticos como Klaus Kinski con la camisa de fuerza. Una querible y muy divertida animación en stop motion.

24 city de Jia Zhang-ke (China / Hong Kong /Japón)
Qué brutal. No debe haber cineasta en el mundo que filme el paso del tiempo, la transformación social, el arrollador avance de la urbanización con la eficacia y la maestría con que lo hace Jia Zhang-ke. El documental se centra en una antigua fábrica estatal de Chengdu que cierra, y en cuyo lugar serán erigidos edificios de lujo. Las historias de vida de los diferentes entrevistados son apasionantes, y por momentos, sumamente conmovedoras.

Entre nosotros de Maren Ade (Alemania)
Una pareja de treinta y pocos va a pasar una temporada a Cerdeña. Pero el problema de las vacaciones es que los enamorados deben pasar mucho tiempo juntos, verse las caras, tolerarse. Y ahí es que surgen los problemas, las crisis, donde la convivencia realmente empieza a ponerse a prueba. Maren Ade es una directora tan maldita como lúcida y convincente, y recién tiene treinta y tres años.

La sangre brota de Pablo Fendrik (Argentina / Alemania / Francia)
Toda la rabia, la violencia más desagradable desplegada en un cuadro coral de personajes miserables, estancados y a la deriva. Los cineastas argentinos se están poniendo pesimistas, y con qué energía. Puede tener algún momento en el que pierda credibilidad -ante todo un par de escenas sanguinolientas que parecen estar puestas para justificar el título- pero es de esas películas que no se te borran. Pablo Fendrik se impone, y promete.

El imaginario del Dr. Parnassus de Terry Gilliam (Inglaterra / Canadá / Francia)
La última película interpretada por Heath Ledger está cargada de un humor inteligente y absurdo, delirios surrealistas y personajes extrambóticos. Y además tiene buen ritmo, algo que no siempre logra el amigo Gilliam. Vean a Ledger transformarse en Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell sucesivamente (las consecuencias de morirse en medio de un rodaje) y que, curiosamente, esos cambios fluyan sin parecer forzados.

El enigma de Kaspar Hauser de Werner Herzog (Alemania occidental, 1974)
En 1828, luego de haber pasado una vida encerrado en una celda y sin haber entrado en contacto con los seres humanos, un hombre fue encontrado y llamó la atención de especialistas durante mucho tiempo. El tipo empieza a descubrir la sociedad, y por supuesto, a cuestionarla con esa agudeza tan propia de los niños y los dementes. A Herzog le gustaban los locos, y por lo visto al actor Bruno S. se le habían escapado unos cuantos pitufos de la aldea.