lunes, 25 de enero de 2010

Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009)

Dos puños contra Londres


La nueva saga de Sherlock Holmes despertaba ciertas sospechas, sobre todo considerando la presencia del director Guy Ritchie (Juegos, trampas y dos armas humeantes, Snatch, RocknRolla) detrás de cámaras, un cineasta propenso a los ritmos acelerados, a narraciones atropelladas y a cuadros con una inmensa cantidad de personajes. Despertaba cierto temor que el protagonista fuese aggiornado torpemente, que la esencia del original de Conan Doyle fuera destratada. Y está claro que también debían incorporarse elementos nuevos, que asimismo era necesario aportar cierto empuje y vitalidad a los caracteres.
Los principales cambios saltan a la vista y son comprensibles. Se trata de una franquicia que pondera sustancialmente la acción, al punto de igualarla en tiempo a la pesquisa policial propiamente dicha. Por eso se explotan cualidades de Holmes que antes existían pero que eran sólo secundarias: sus dotes como boxeador y como esgrimista. Así es que puede verse a un excéntrico protagonista -Robert Downey Jr, tan brillante como siempre- a los bastonazos contra media docena de villanos, o entrenándose a golpes de puño con gorilas que lo duplican en masa corporal, en medio de una suerte de fight club del bajo mundo londinense. Si bien en Estudio en escarlata Conan Doyle describía a Watson como “delgado como un bastón”, en el imaginario impera la imagen de un personaje gordo y de baja estatura. Lo cierto es que nunca se vio un Watson tan delgado y atractivo (Jude Law) como ahora, dispuesto a agarrarse a palos con quien fuere y de salir corriendo atrás de cualquier malviviente en fuga. La diferencia es sustancial, queda claro que se quiso elevar la figura de Watson de modo que no quedara opacado por Holmes; que el contraste no fuera evidente. Ya no hay un tono condescendiente por parte del detective, de hecho no existe ese irritante “elemental, querido Watson”, y se explota una divertida tensión homoerótica -uno de los mayores aciertos de este filme- en el dúo protagonista: Holmes no deja de dar muestras de celos por al reciente noviazgo de Watson, y éste responde en forma agresiva. Lejos de los modales victorianos y el impoluto respeto mutuo que existía en los originales, aquí abundan los reproches, la ironía y los sarcasmos, semejándose el trato al de los gángsters de poca monta que pueblan la obra de Ritchie.
Si bien la química y la simpatía de la pareja protagonista es un punto fuerte, la anécdota deja un poco que desear. La trama de logias involucradas en ritos oscuros tiene un fuerte tufo a déjà vu –por ejemplo se dio en aquella notable El secreto de la pirámide, con el joven Sherlock Holmes, y más tarde en subproductos como Los ríos color púrpura 2 o Angeles y demonios-. Como es frecuente en las obras centradas en la acción y el entretenimiento desatado, hay grandes anacronismos -Holmes nombra como al pasar las ondas radiales y la radiación electromagnética, por ejemplo- y hay algún hueco de guión –en cierto momento explica un suceso que nunca atestiguó ni pudo haber advertido-. Pero aunque sean puntos que afectan un poco la coherencia general, no son de mayor relevancia, y la película funciona bien como entretenimiento, que al fin de cuentas es lo que importa.


Publicado en Brecha 22/1/2010

miércoles, 20 de enero de 2010

Ciudad de vida y muerte (Nanjing! Nanjing! / City of life and death, Lu Chuan, 2009)

Rostros para la masacre


“Nos divertíamos matando chinos. Los enterrábamos vivos, o los arrojábamos al fuego, o los aporreábamos hasta la muerte. Cuando estaban medio muertos los empujábamos a las zanjas y los quemábamos, torturándolos hasta que morían. Todos lograban entretenerse de esa manera. Es como matar perros y gatos.” Asahi Shimbun. Soldado japonés.

El epígrafe sólo habla de algunas de las tantas formas en que los soldados de la armada imperial japonesa se ensañaron con la población china, durante los días de la masacre de Nankín, en 1937, tras la caída de lo que hasta entonces fue la capital china. Los japoneses torturaron, violaron y asesinaron sistemáticamente, sin importar si las víctimas eran ancianos, mujeres embarazadas o bebés. Puede decirse que los chinos más afortunados sucumbieron ante las ráfagas de las metralletas, ya que el muestrario de atrocidades perpetradas en Nankín es un capítulo especialmente deshonroso para la humanidad y para la historia del siglo XX. De esta manera, una película centrada en esas circunstancias podría haber sido de una truculencia extrema si tan sólo hubiera mostrado una fracción de las abominaciones en cuestión. Pero el director chino Lu Chuan omitió dar detalles y en cambio centró sus esfuerzos en personificar a las víctimas y a los victimarios, en dar rostros, involucrar al público, generar crispación y proveer de inmediatez a un episodio olvidado por muchos.
Ciudad de vida y muerte empieza con la llegada de los japoneses a Nankín, y el derrumbe a cañonazos de la histórica muralla que bordeaba la ciudad. Adentro tiene lugar un breve enfrentamiento bélico entre japoneses y una escasa resistencia armada -los oficiales chinos se habían retirado días atrás, dejando a buena parte de la población civil encerrada y a un muy mal nutrido e incomunicado batallón a cargo de la defensa de la ciudad-. Estas primeras escenas están filmadas con una destreza formidable, atrapan desde el primer minuto, y además plantean un doble abordaje al enfrentamiento, aportando el punto de vista de los soldados chinos y japoneses alternativamente, sin que haya lugar a la confusión. La perspectiva desde ambos bandos simultáneamente no llega a perderse en ningún momento.
Se entreteje entonces una suerte de relato coral, por el que se sigue de forma alternativa a distintos personajes reales involucrados, y de los cuales la mayoría muere sorpresivamente. Un soldado japonés atestigua atónito el exterminio perpetrado por sus colegas; varias personas a cargo de una zona de seguridad observan como los japoneses, lejos de respetar sus promesas, entran repetidamente a los campos de refugiados con un objetivo concreto: secuestrar mujeres. La masacre de Nankín también es llamada comúnmente la “violación” de Nankín, ya que en un período de seis semanas los japoneses violaron a decenas de miles de mujeres chinas. Uno de sus botines de guerra era lo que eufemísticamente llamaban “mujeres de confort”, esclavas sexuales que no solían durarles mucho tiempo ya que muchos soldados tenían la costumbre de bayonetearlas después de violarlas.

El brillo en la puesta en escena de Lu Chuan se hace sentir contínuamente. Cámaras subjetivas prolongadas que reafirman la adhesión a los personajes. Planos secuencias temblorosos, filmados con cámara al hombro, y que muestran parcialmente la masacre, con fundidos a negro que no ofician como transición hacia otras escenas sino como auténticas cegueras conscientes, como imposibilidad de observar un contexto que quema la vista. Las imponentes panorámicas que muestran las calles de Nankín desoladas, repletas de edificios en ruinas, recuerdan a la Varsovia destruída del final de El pianista. Por el blanco y negro permanente y la aproximación realista a aberraciones del pasado la película retrotrae también a La lista de Schindler, con la coincidencia de que John Rabe, un alemán nazi residente de Nankín, utilizó su influencia para salvar la vida de quizá doscientos mil chinos. La diferencia con el personaje de Schindler es que aquí no hay heroísmo alguno en su trazado, y se lo ve reiteradamente en un accionar comprensible aunque ciertamente degradante. Lu evita los heroísmos, la victimización y la satanización, y ante todo presenta a seres humanos, inmersos en una situación horripilante.

Publicado en Brecha el 15/1/2009

Una anotación más:

Aún habiéndome gustado mucho esta peli, hay algunos puntos que me gustaría remarcar ya que me generan dudas, y por no tener acceso a los libros de historia pertinentes no he podido confirmar su veracidad.
Es un hecho que Lu Chuan tuvo que hablar y discutir con los censores del gobierno para que le permitieran filmar la película. Luego de muchas idas y venidas la película cuajó, pero es de suponer que luego de que Lu hubiera pactado acuerdos con los censores. El guión fue modificado a partir de las charlas -esto lo dice el mismo Lu en una entrevista-, y supongo que no hay forma de saber cuál aspecto estuvo originalmente y cuál no.

Considerando esta situación, me llama particularmente la atención:

-La forma en la que los soldados chinos reciben a los japoneses. Un cordón humano de chinos armados, que no disparan una sóla bala sino que ofrecen una resistencia pacífica, al mejor estilo Ghandi. Quizá el hecho está documentado, pero me llama profundamente la atención. De hecho, miles de japoneses murieron en el enfrentamiento de Nankín y me cuesta creer que esa entrada a la ciudad haya sido así, y que los chinos no les hayan disparado al comienzo.

-Los soldados chinos eran mayoritariamente campesinos mal alimentados, ignorantes y sin ninguna experiencia militar. Y muchos de ellos tenían la moral por el piso, estaban asustados y tenían la intención de desertar. Los que se muestran en la película en cambio están bien nutridos y tienen una buena disposición; de hecho su desempeño en la película es ejemplar -aunque es cierto que sí se muestra a niños entre los combatientes, un dato fehaciente-.

Estos elementos no son suficientemente poderosos para convencerme de una influencia censora o autocensora, o de una deliberada voluntad propagandística -encumbrar a los soldados chinos sí lo es-. Pero lo dejo a consideración del espectador, y espero que el que sí tenga herramientas de contraste pueda ahondar eficazmente en estos puntos y llegar más lejos en el análisis.

viernes, 15 de enero de 2010

Tierra de zombies (Zombieland, Estados Unidos, 2009)

Apetito por la destrucción


Encontrarse en las salas con una obra sencilla, sincera y desenfadada como Tierra de zombies es algo digno de festejos. Una efervescente inyección de glucosa, una película con sabor a matineé, de esas que huelen a maní con chocolate, a refrescos y churros. Para que no exista confusión, estamos hablando de un registro futurista post-apocalíptico, de sobrevivientes en un mundo dominado por los muertos vivos, más escopetas, más sesos desparramados en el pavimento, más Woody Harrelson escupiendo clichés y poniendo cara de malo, más Bill Murray en un cameo demencial, más una catártica balacera en un parque de diversiones.
Otra vez nos encontramos con una divertida sátira al cine de muertos vivientes -aunque sigue sin superarse a Braindead, la obra de culto de Peter Jackson- y se agradece que el director Ruben Fleischer se haya arrojado al género sin dar mayores explicaciones a la plaga ni al apocalipsis, desatando una road movie fresca, libre de pretensiones y para nada culposa. Al comienzo el protagonista enumera un interesante conjunto de reglas de supervivencia, a lo que sigue una secuencia de créditos con caóticos ataques de zombis en cámara lenta mientras suena el poderosísimo clásico de Metallica “For whom the bell tolls”. Ya se da la pauta de que a continuación se sigue un entretenimiento puro, filmado con destreza y muy buen gusto.
Lo curioso es que la película también se toma sus tiempos para presentar parcialmente elementos pasados de los personajes, aportándoles ciertos matices para diferenciarlos de los estereotipos, y dándoles así un atractivo especial que confluye en algún tramo de genuina emoción. Es atípico que un cineasta, en el terreno de una comedia negra desquiciada, se permita que sus personajes respiren, planteen sus frustraciones, lloren y amen, y esto es un mérito sumamente loable.
Y quizá lo más adorable de ellos y de la película sea su carácter infantil. El objetivo primario del personaje de Woody Harrelson –un excelente actor de comedias al que no muchos cineastas le han descubierto la veta- es dar con determinadas golosinas antes de que les llegue su fecha de caducidad. De la misma manera, un par de chicas adolescentes quiere ante nada llegar a un parque de diversiones abandonado para revivir glorias pasadas. Una de las reglas que el protagonista aprende junto a su compañero de ruta es “disfruta de las cosas pequeñas”, por lo que la improvisada familia no pierde la oportunidad de destruir a palos una tienda de baratijas para turistas –al fin y al cabo eso no molesta a nadie, porque casi no queda gente en el mundo- ni de encontrarle cierto goce adrenalínico al asunto de extrminar no-vivientes. De estructura predecible y clásica, esta misma película no deja de ser un pequeño condensado, anárquico y risueño, una divertida ingesta que hasta merecería ser disfrutada varias veces.


Publicado en Brecha 15/1/2010.

miércoles, 13 de enero de 2010

¡Gracias maestro!

Lo malo es que se murió. Lo bueno, que nunca vamos a terminar de ver su obra.

viernes, 8 de enero de 2010

Actividad paranormal (Paranormal activity, Oren Peli, 2007)

El que vigila desde el umbral


La información de prensa que se hizo circular cuenta algunos de las reacciones que provocó esta película antes de ser estrenada. Al parecer, cuando se proyectó por primera vez en una avant-premiere, muchos espectadores huyeron de la sala, y no precisamente por aburrimiento. Steven Spielberg recibió una copia de la película y cuenta que mientras la miraba ocurrieron cosas extrañas en su casa, por lo que al día siguiente devolvió el dvd a Dreamworks envuelto en una bolsa de basura, ya que estaba seguro de que la copia que le habían dado estaba “embrujada”.
Ante todo, una aclaración. Hay distintas versiones –al menos dos-, y la que circula en internet es una bastante distinta de la que hoy se proyecta en las salas. La que se puede ver en el cine es una reedición propuesta por Spielberg; tiene unos cuantos agregados, arreglos visuales y de sonido y un final completamente distinto –y mucho mejor-, y por cierto los cambios que propuso Spielberg le aportan mayor interés, intensidad y dinamismo a la película, al punto que las valoraciones de una y otra deberían ser sustancialmente diferentes.
Si bien los hechos precedentes a la exhibición parecen ser parte de una inteligente campaña de marketing, también es creíble que tengan algo de verdadero. Y es que Actividad paranormal es una película sumamente inquietante, ingeniosamente concebida y afirmada en un horror psicológico y sugerido que la vuelve poco tolerable para muchos. Otra vez nos encontramos con un terror de bajísimo presupuesto –11 mil dólares es la cifra difundida- filmado con cámara al hombro y con intenciones de realismo, y que entra en la archivisitada categoría de “falso documental”. El género la conoce desde hace años: Holocausto caníbal (1980) -una obra abominable en todo sentido- fue algo así como una temprana precursora, y un par de décadas después hubo sucesivas revisitas: La cinta Mc Pherson, El proyecto Blair Witch, REC (y su remake Cuarentena), Cloverfield, El diario de los muertos.
El mayor acierto del director debutante Oren Peli ha sido el de llevar la acción a un registro cotidiano, sin nunca salir de la casa en la que convive la pareja protagonista y de centrar la acción en un dormitorio, el mismo en que ellos duermen y donde es registrada la actividad paranormal del título. Como en varias películas asiáticas recientes, se aborda a los personajes en su momento de mayor vulnerabilidad, lográndose una identificación inconsciente y atávica debido a las injustas amenazas que se ciernen sobre ellos. Hay también un loable respeto por la lógica interna: un psíquico habla con ellos al comienzo y les da algunas pautas de comportamiento del ente acosador en cuestión. Estos elementos, aunque parecen ser olvidados por la pareja protagonista –y por unos cuantos espectadores- se cumplen y explican el desempeño posterior del monstruo. Quizá lo único reprobable sea la reacción que los personajes tienen a lo largo del metraje: es un tanto desmesurada la inmadura fascinación del protagonista -“que cosas tan cool que están pasando”- y no es creíble la decisión de ambos de marcharse de la casa justo al final, cuando cualquier persona del mundo lo hubiera hecho mucho antes. Pero también es cierto que si esto último sucediera, no tendríamos película.

Publicada en Brecha 8/1/2010