viernes, 26 de junio de 2009

Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007)

Desbarajuste temporal


Pese a que el cine de géneros es el terreno que la industria hollywoodense transita permanentemente para mantenerse funcionando, desde hace tiempo que dejó de ser un simple sustento para ella y comenzó a ser pasto de cineastas emergentes, quienes lo han utilizado de forma creativa para expresarse, usualmente en producciones de bajo presupuesto. En España Alex de la Iglesia y Alejandro Amenábar se dieron a conocer respectivamente con Acción mutante (1993) y Tesis (1996) y de ahí en más siguieron recorriendo los géneros con constancia y altura. Javier Fesser asombró luego con la desquiciada El milagro de P. Tinto (1998) y hoy sobresale una nueva camada de jóvenes directores que también se dan a conocer a nivel mundial con brillantes obras de género. Koldo Serra con su Bosque de sombras (2006), Jaume Balagueró y Paco Plaza y [Rec] (2007), Juan Antonio Bayona y El orfanato (2007) y, por supuesto, Nacho Vigalondo y esta sorprendente Los cronocrímenes (2007).
Vigalondo ejemplifica como nadie esta joven usurpación a los géneros. Ávido lector de cómics y novelas, ingenioso blogger, cinéfilo y cultor de series televisivas, el director ya había cimentado cierta fama local con inteligentísimos cortometrajes, los cuales se caracterizan por ser obras de notable economía narrativa y de recursos. En las tres partes de Código 7 demostró que tan sólo un actor, tres planos y una cafetera son suficientes para filmar una entretenida y original historia de ciencia ficción. También son muy divertidos Choque, Cambiar el mundo, Domingo y por supuesto, A las 7:35 de la mañana, un insólito musical que le valió una nominación al oscar. En Lección de cine Vigalondo da, frente a cámaras, una impagable y amena enseñanza, de visión esencial para estudiantes de cine. Por fortuna, todos estos cortos se encuentran a disposición en youtube.
Los cronocrímenes se interna con total frescura y desparpajo en la temática paradójica por excelencia: los viajes en el tiempo. No cualquiera podía hacer una película de este tipo y salir bien parado, para ello es necesario un guión elaborado y pensado en detalle, de una coherencia interna infranqueable, a prueba de balas. La más pequeña fisura podría ser objeto de despiadadas burlas por parte de la audiencia y sobre todo de los internautas, un ejército capaz de sepultar una película utilizando la mejor de las armas: el sentido común. La historia trata sobre un hombre que accidentalmente va a parar a una máquina del tiempo que lo lleva a poco más de una hora al pasado. Allí debe cuidarse de que su otro yo no lo vea, y asimismo propiciar la situación que lo llevó originalmente a la máquina. Pero todo le sale mal, y debe viajar en el tiempo otra vez para enmendar sus errores. Así la película se convierte en una pesadilla temporal, un juego borgiano de espejos, una espiral maldita que parece incrementar el daño que el protagonista se causa a sí mismo y a otros.
Como buena parte de los cineastas nombrados, Vigalondo logra unificar dos vertientes claras y diferenciables: la del cine de géneros norteamericano y la del cine de autor europeo. De la primera se vale de premisas básicas; la base argumental de ciencia ficción, el espiritu derrotista típico del noir, la trama persecutoria del thriller, y un ícono corpóreo distintivo -una momia de vendas rosadas- más una ambientación amenazante propios del terror. Del cine de autor, el uso de caracteres dotados de una psicología cercana e intuible, su confianza en la inteligencia del espectador y en el poder de sugerencia de los pequeños detalles. Se trata de un cine que llama a la reflexión a la vez que entretiene, que es grave y serio y al mismo tiempo no lo es, que basa su atractivo en un guión irresistible capaz de sacudir y obligar al espectador a una adhesión incondicional. El director a dicho de su película que es poco más que un “ejercicio masturbatorio”. De ser así, ojalá Vigalondo siga perseverante en sus pajas, por mucho tiempo más.

Publicado en Brecha 25/6/2009


sábado, 20 de junio de 2009

Star trek (J. J. Abrams, 2009)

Un piloto audaz


A la legua puede verse que éste es el comienzo de una saga pensada para eternizarse, que esta película vendría a ser la primera parte de una serie que sólo llegará a su fin cuando deje dar sus réditos. Aquí los protagonistas son jovencísimos -de hecho se rechazó a Matt Damon para el papel del capitan Kirk por considerarlo demasiado mayor- quizá para evitar que el envejecimiento de los actores no afecte más adelante la continuidad, como por ejemplo ocurrió con la saga de Harry Potter (en la cual los actores protagónicos ya tienen como veinte años).
El productor, director y guionista J. J. Abrams (Lost, Alias, Felicity) ya es un experto en dilatar series -hay que ver todas las vueltas innecesarias que ha dado Lost ultimamente- y supo aportar a esta primera entrega varios de los elementos que desarrolla mejor. El primero, y el más importante para esta clase de películas, la construcción de personajes. Se priorizó este aspecto sobre muchos otros, con un atractivo delineamiento de media docena de secundarios que seguramente será profundizado más adelante, y cierto énfasis volcado en la contrucción de los perfiles de Kirk y el Sr. Spock. Como en Lost, se muestran fragmentos de su pasado, las relaciones con sus padres y cómo ellas determinan sus formas de ser. Para más concomitancias, hay viajes en el tiempo, un incipiente triángulo amoroso y un conflicto y una notable tensión entre los dos principales caracteres, representando uno la discreción racional y el otro el arrojo instintivo.
Es también marca de Abrams el ingenio volcado en la idea fuerza de la película, donde se logró justificar mediante realidades paralelas la existencia de dos sagas distintas -la clásica y ésta nueva- sin que exista una contradicción y para que pueda operarse con relativa libertad a la hora de crear un universo alternativo, repleto de aventuras nuevas. Asimismo, la confianza en la inteligencia del espectador para que siga la intrincada trama y un sentido del humor constante y efectivo son puntos igual de fuertes, así como el haber evitado la solemnidad en la que suelen caer este tipo de superproducciones. Especialmente atractivo es el personaje de Kirk, un joven irreverente, transgresor y desafiante que a su vez propicia una veintena de chistes buenísimos, entre los cuales causa particular gracia la forma en que logra desempeñarse dentro de un simulador espacial de la academia de la Flota Estelar.
A lo mejor puede sobrar alguna escena: la aparición de un par de monstruos en un planeta inhóspito parece estar puesta sólo para cubrir la cuota de bichos alienígenas requerida por un blockbuster de aventuras intergalácticas. Las escenas de acción tradicionales -los combates cuerpo a cuerpo, los tiroteos- dejan bastante que desear y están concebidas con un montaje atropellado y bastante caótico, pero por fortuna son cortas y más bien escasas.
En definitiva, se trata de una sólida primera parte de algo que promete seguir por mucho tiempo más. Mientras se siga manteniendo este buen nivel, bienvenidas sean las secuelas, los viajes en el tiempo y el interrelacionamiento sideral.
Publicado en Brecha 19/6/2009

jueves, 18 de junio de 2009

Up (Pete Docter, 2009)

El gran escape


A diferencia de los omnipresentes John Lasseter, Andrew Stanton y Brad Bird, el nombre Pete Docter suele resonar mucho menos cuando se habla de la empresa de animación Pixar. Pero su presencia ininterrumpida a lo largo de la historia de la compañía y en varias de las más importantes obras delata su relevancia crucial, y hasta se puede suponer que se trata de uno de los pilares creativos. Él fue uno de los que idearon Toy Story y su secuela, Wall-E y también fue coautor y director de Monsters Inc. En esta nueva película vuelve a escribir en coautoría y a llevar las riendas dirigiendo el proyecto.
La historia plasma la fantasía adulta de evadirse de la realidad cuando se vuelve intolerable, y qué mejor idea que la de remontar vuelo con la casa propia y huir hacia tierras remotas. Curiosamente, el protagonista de esta aventura es un viejo malhumorado y gruñón de 78 años, un individuo que, como el Eastwood de Gran Torino, se vuelve querible al poco tiempo de verlo. La introducción al personaje no podía ser mejor, cinco minutos adorables y carentes de diálogos que muestran algunos fragmentos de su vida, sellados finalmente con una tragedia desoladora. Pixar está logrando presentar personajes particularmente atractivos con apenas un par de trazos, y ese es uno de los principales méritos que cabe señalar de Up. Con muy poca información la película nos da la pauta para comprender los intereses particulares de cinco personajes principales, así como los problemas que acarrea cada uno. Uno de ellos es un pájaro gigante prácticamente inexpresivo que hace apariciones fugaces y apenas emite unos sonidos, pero que está tan inteligentemente concebido que la adhesión se vuelve irresistible. Otro es el villano, un tipo amable aunque paranoico que carga con una obsesión vital que choca frontalmente con las intenciones de los protagonistas, convirtiéndolo en un demonio intratable y sumamente peligroso.
Sí se echa en falta un mayor vuelo en las escenas de acción, algo que suele estar presente en las mejores películas de Pixar. Si bien es cierto que existe una solidez envidiable en la construcción de personajes y en el factor emocional, como película de aventuras queda algo limitada. No se explotan demasiado las posibilidades que puede dar una casa voladora -compárese con El increíble castillo vagabundo, por ejemplo- y las secuencias de mayor tensión –cuando la casa vuela en medio de una tormenta, la persecusión a los protagonistas por una manada de perros, el enfrentamiento final- se resuelven con sencillez y demasiado pronto.
Todas las obras de Pixar son superiores a la media de la animación estadounidense y, como no podía ser de otra forma, Up es un notable y emotivo entretenimiento que deja un puñado de fragmentos para el recuerdo. Sin llegar al nivel de las mejores (Toy Story 1 y 2, Buscando a Nemo, Los increíbles, Wall-E) ni equipararse a las más flojas (Bichos, Cars), la película se coloca cómodamente en un término medio de la escala pixariana. No es un mérito menor.

Publicado en Brecha el 12/6/2009

domingo, 14 de junio de 2009

30 K


Cifras redondas. 30 mil visitas, 30 seguidores (anotados), 100 entradas a lo largo de un año y nueve meses, 90 mejores películas. Lo único que me sale en este momento es un enorme ¡GRACIAS! Gracias tantas por leerme aún cuando están en desacuerdo, aún cuando se enojan tanto conmigo que quisieran ahogarme en ácido. Gracias por adherirse al oficio crítico, por disentir, por manifestarse. Gracias por hacer que un caprichoso blog que pasa de un Bresson a un Terminator, de una entrada de video clips a un artículo sobre la masacre en Gaza sea algo frecuentado y nutrido de aportes notables.
Gracias a Josep, a Oldboy, a Jesus, a Lonnie, a Juniper, a Babel, a Gerardo H, a Maxi y al Bocha, a Andrés, al siempre enérgico Ad Ayin, gracias a Boselli, a Lorbada, a Marcbranches, a Troncha, a DVD, a Manu, a Hernán, a Liliana, a JP Bango, a Yorgos, a Ariel Luque, a Sigmur, a Carles. Gracias a los que sin dudas estoy olvidando, y no porque sean menos importantes. Gracias a los que sé que me leen y nunca comentan, como los ilustrísimos Sergio Vargas, Jorge-Mauro De Pedro y Beíta Martínez. Gracias mil, son todo. Gracias a mis viejos, que este debe ser el veintiúnico blog que visitan asiduamente.
Y gracias a Sole y Sofi, por aguantarme a diario y por no leerme porque para ellas no es necesario.
Este sitio tiene muchísima más guerra para dar. Disparen que aguanto, y miren que no paro hasta las 300 mil. Un inmenso abrazo de oso de las cavernas para todos.

jueves, 11 de junio de 2009

Terminator: La salvación (Terminator salvation, McG, 2009)

Cuartas partes pueden ser buenas

Es llamativo que la saga de Terminator haya mantenido una constante dignidad conforme pasan los años, y que no se haya perdido aún habiendo llegado a su cuarta entrega. No tanta suerte corrieron unas cuantas películas mainstream que fueron revisitadas paralelamente como Aliens, Depredador, Indiana Jones o Arma mortal, y que fueron devaluándose hasta tocar niveles subterráneos. Esta cuarta película surge veinticinco años después (!) de la primera Terminator, y acierta en no repetir otra vez la estructura narrativa que caracterizó a las entregas precedentes. Ya no tenemos a un par de enviados del futuro, bueno y malo que llegan con misiones relativas a una guerra futurista entre humanos y máquinas, sino que la acción ya se sitúa de lleno en ese mundo posapocalíptico que se había visto en pequeños flashes. Ya estamos en medio de una atroz contienda donde los últimos restos de la humanidad luchan a brazo partido por su supervivencia.
Así la película cubre lo que todo fanático quiere ver: mucha acción, una trama atrayente y tensa, y cierta coherencia interna y respeto por los lineamientos impuestos. Las escenas de acción no apelan al montaje atropellado y berreta que tanto se utiliza en Hollywood -en Transformers por ejemplo era imposible saber qué cuernos estaba ocurriendo- en todo momento se entiende bien como se compone el dinamismo en cuestión y la cámara siempre propone una cercanía con el personaje implicado, lo que facilita el involucramiento. Existen variaciones sumamente atractivas de nuevos androides, como las motos terminators, los hidrobots o un gigante metálico acéfalo, y cada uno de ellos tiene su lugar en la trama. Tampoco es menor que no haya una flagrante devaluación de la figura del terminator: a pesar de ser varios los que aparecen, siguen siendo durísimos de matar, y no se liquidan por decenas como ocurría con los aliens en sus últimas apariciones cinematográficas.
Incluso se ha respetado el espíritu de las anteriores obras, y abundan los guiños y las referencias ocultas. Como en Terminator 2 se juega con la incerteza de saber quién es el malo, y es una duda que se mantiene durante buena parte del metraje, lo que mantiene la expectativa durante todo ese tiempo. Es cierto que en comparación con la primer mitad el desenlace decae bastante, y deja asomar unas cuantas fallas y huecos de guión: (el que no haya visto la película puede dejar de leer por aquí), cerca del final nos damos cuenta de que a un personaje los robots no le hacen daño porque es también uno de ellos, pero al comienzo sí lo habían atacado; una supuesta explosión nuclear apenas causa el destrozo que harían unos cartuchos de dinamita; un transplante de corazón se lleva a cabo como si nada y sin chequearse la compatibilidad del donante.
Lejos de aquellas gloriosas dos primeras entregas, Terminator: la salvación mantiene el nivel de su precedente, y ofrece sus buenas dosis de acción, intriga y maquinaria pesada. Vista más en frío podrá decirse que tampoco es la gran cosa, pero afortunadamente cumple bien su cometido.


Publicado en Brecha 12/6/2009

jueves, 4 de junio de 2009

El legado de Robert Bresson

Un fantasma que recorre occidente


“Dinero, dinero, dinero y miedo. Fellini tiene miedo, Antonioni tiene miedo. El único que no le tiene miedo a nada es Bresson”. Andrei Tarkovskii.

Cuando se afirma que una película es “bressoniana” pueden estar queriéndose decir muchas cosas. Hay obras bressonianas en su temática, en su estética, en la aproximación a personajes y a objetos filmados. Quizá la característica crucial del cine de Bresson sea su particular ascetismo, el aparente distanciamiento con el que se filman y montan las escenas. La elipsis, el fuera de campo, la búsqueda de la inexpresividad en sus actores no profesionales y la persistente reticencia a utilizar artificios retóricos son los recursos que, a grandes rasgos, caracterizan la obra de Bresson.
Cuando en una película las cámaras siguen a un silencioso personaje en su deambular y su accionar cotidiano, y de ese enigmático ser el espectador no puede inferir lo que piensa o lo que pretende más que mediante la intuición, puede decirse que el filme se está valiendo de personajes bressonianos. Cuando abundan los planos detalle de objetos, de manos, de acciones manuales mínimas, o se filman planos generales de cuerpos en movimiento pero quedan cortados o fuera del cuadro los rostros, se dice que se utilizan planos bressonianos. Cuando una película radicaliza las elipsis al punto de omitir escenas de crucial importancia en el devenir de la trama, y además impone mediante el montaje bruscos e inesperados saltos temporales, está utilizando una narrativa bressoniana. Cuando una historia pretende despertar reflexiones en torno al pecado y la redención, al suicidio o el sacrificio, al determinismo y el libre albedrío, está utilizando temas bressonianos por excelencia. Es por todo esto que cineastas tan dispares y personales como Jean-Luc Godard, Krzysztof Kieslowsky o Michelangelo Antonioni dejan asomar todos ellos, sus costados bressonianos.
La lista de cineastas en actividad que dejan traslucir la influencia del director es extensa y prácticamente inabarcable. Pero sí se puede dar constancia de los más visibles y en los cuales se hace más evidente. Uno de ellos es el cineasta alemán radicado en Austria Michael Haneke, y puede notarse sobre todo en obras como 71 fragmentos de una cronología del azar (1994) o El tiempo del lobo (2003). La austera distancia con la que Haneke se aboca a situaciones inmensamente enigmáticas, su uso de la sorpresa y el shock, los encuadres en los que evita cualquier elemento superfluo, su abordaje claro y concreto a circunstancias ambiguas y la forma caótica y aparentemente arbitraria en la que muestra ciertos hechos y omite otros, quizá lo vuelvan el heredero más fiel a su legado.
Claro que los hermanos Dardenne son los que más han utilizado personajes bressonianos a lo largo de su carrera. Su maravillosa Rosetta (1999) es una versión actualizada de la insuperable Mouchette (1967), en la que a una adolescente inmersa en un opresivo e insalubre entorno semirrural se la veía tan desamparada como resentida. La principal diferencia entre el estilo de los Dardenne y el de Bresson radica en los largos planos secuencia que utilizan los directores belgas, y su particular forma de acercar las cámaras a los actores. Otro importante deudor de Bresson es el cineasta maldito Bruno Dumont, quien elige corrientemente personajes toscos, cuestionables e inexpresivos, y utiliza conscientemente la sinécdoque, figura retórica por la que se pretende expresar la totalidad por una de las partes, la especie mediante el individuo.
El español Jaime Rosales es otro gran heredero del estilo del director, y su aproximación a un asesino serial en Las horas del día (2003) puede recordar sobremanera a El dinero (1983). Lo mismo podría decirse de Rodrigo Moreno y El custodio (2006), y de Lisandro Alonso y Los muertos (2004). Gus Van Sant en su faceta más autoral (Gerry (2002), Elefante (2003), Last days (2005), Paranoid Park (2007) recuerda sobremanera al Bresson de El diablo probablemente (1977), una obra incomprendida en su momento que mostraba a un joven insatisfecho durante los días previos a su suicidio. Bresson no daba explicaciones para tal desenlace –que se adelanta desde el comienzo, al igual que en Una mujer dulce (1969)- y la respuesta no parece asomarse en el recorrido que ofrece. Ni las drogas, ni el amor, la amistad, la religión o la psiquiatría logran aplacar el sufrimiento del personaje, y ninguno de esos elementos parece dar la pista de qué es lo que lo lleva a su indefectible final. Seguramente ni Bresson tenía la respuesta, y esa sensación de incertidumbre que surge de sus películas se extiende también en las mejores obras de sus herederos.


Claire Denis es fiel al espíritu bressoniano ya que también busca filmar lo que ni ella misma comprende. Como ha dicho, no aspira a dar respuestas con sus filmes, sino a abrir nuevas incógnitas. La austeridad glacial de Jarmusch o Kaurismaki debe mucho a la distancia bressoniana, y esa deuda de ambos directores conduce indefectiblemente a Stoll y Rebella, quienes solían nombrarlos como referentes directos. El detallismo milimétrico de la puesta en escena de Whisky (2004) en la que no hay lugar para ningún objeto que no cumpla una función determinada, ya sea para aportar datos o para incidir en la atmósfera general, es un rasgo en el que Bresson hacía particular incapié. El puntillismo de Lucrecia Martel respecto a la ambientación sonora, especialmente con los sonidos de fuera de cuadro, y su decisión de no incorporar más música que la diegética –es decir, que provenga de una fuente ubicable en el entorno expuesto- son rasgos comparables a los del último Bresson, quien fue acentuando esas características a lo largo de su obra. Otros que han reconocido repetidamente su deuda con el cine de Bresson, aunque quizá no permitan verlo con tanta claridad, son José Luis Guerín, Julio Medem, Victor Érice, Oliver Assayas, Laurent Cantet, Benoit Jacquot, Chantal Ackerman, Leonardo Favio y Phillippe Garrel.
La distancia, la austeridad, la sugerencia, la paradoja, la incertidumbre y el enigma; conceptos tan impopulares en el cine, son los principales atributos de la obra de Bresson. Es curioso que hoy trasciendan y se contagien a tal punto, como si fuera dándose un tardío acto de justicia. La sombra del maestro es alargada, y parece seguir expandiéndose conforme pasa el tiempo.


Publicado en Brecha 5/5/2009